Estoy viendo una serie coreana por una de las famosas plataformas “streaming”. Una serie muy bonita y entretenida. Es sobre una abogada excepcional con una capacidad intelectual formidable que sufre del espectro autista. Resulta motivador el dominio de las leyes, la exactitud en su aplicación y dar el todo por sus clientes.

Pero más allá de la trama de cada capítulo se admira la educación coreana: el respeto a los demás, a las autoridades, el cuidado a su herencia cultural, la capital Seúl como una de las más modernas y civilizadas con sus aceras limpias, tráfico ordenado, sin grafitis. Todo tan perfecto. Y las oficinas, todas las oficinas con pisos de madera, paredes enchapadas con reglas de madera, escritorios, sillas, puertas de madera. Todo.

Cuando ese mundo encantador e idílico parece lo mejor, no deja de martillarme la cabeza: ¿de dónde sacan tanta madera? Y sucede que al día siguiente amanezco con la noticia que un pueblo aborigen de la selva amazónica tiene semanas de protestar por la deforestación inmisericorde de la amazonia. Se acabó el encanto.

Es por demás obvio que el tema de la deforestación no solo es culpa de los apetitos voraces por el lujo de las clases muy privilegiadas y, en consecuencia, de las industrias y comercios que les proveen todos esos placeres a los portentosos sibaritas, sino que también los niveles más bajos de la población, los desposeídos, tienen parte de culpa en este problema, aunque entre unos y otros hay razones diametralmente opuestas para seguir talando y deforestando.

El estallido de la industria de la construcción en todo el mundo, sobre todo en China y los Emiratos Árabes, como nunca antes visto (crear metrópolis en unos cuantos años) con su erupción volcánica incesante devora, como lava, miles de hectáreas de bosques en el mundo para adornar las oficinas y domicilios de los millonarios en los rascacielos.

Los informes de organizaciones como el Fondo Mundial para la Naturaleza señalan por igual el dedo acusador a la agricultura de subsistencia. Los campesinos, los pueblos originarios, aborígenes, indígenas, pobres y marginados al fin, olvidados por los gobiernos centrales de sus respectivos países que no les proveen de otros medios de subsistencia. Talan bosques y selvas con el fin de ampliar las áreas para sembrar y cosechar sus propios alimentos o lo que puedan vender en el mercado; para pastar su ganado o vender la leña o usos domésticos.

En un lapso de apenas 50 años la deforestación arrasó con un 15 por ciento de los bosques y selvas del planeta, lo cual podría equivaler al territorio de la península ibérica y de Francia. Supone un 15 por ciento de la superficie mundial de vegetación, como si a su cuerpo le hubieran cercenado un brazo por completo.

El 30 por ciento de la superficie de nuestro planeta aún es verde, pero si seguimos destruyendo anualmente una extensión equivalente al área de Panamá, para el 2100, simple y sencillamente no quedarán más bosques ni selvas. Mi gente, eso está a la vuelta de la esquina.

Solo para dejar un ejemplo: la sofisticada Unión Europea es responsable del 16 % de la deforestación tropical importada. La voracidad del primer mundo nos está matando y dejando sin futuro.

Los principales responsable son los políticos. Tienen el poder, pero no lo utilizan para detener esta masacre ecológica. Para muestra un botón: esos pueblos originarios de Brasil están luchando contra la insensatez de Jair Bolsonaro que, mediante un decreto ejecutivo, ha limitado el territorio en que habitan los mismos, con tal de beneficiar a las grandes industrias agrícolas, ganaderas, mineras y madereras.

Ya en los 80 leía que El Salvador solo tenía un 3 % de bosques, no sé cuánto será ahora, pero gobiernos vienen y gobiernos van, y este tema no les ha interesado ni les interesará nunca.
El gobierno con puño de acero del presidente Nayib Bukele, podría dejar el feliz legado de ser parte de la solución haciendo algo contra la deforestación, aprovechando la admiración que tienen tantos por él alrededor del mundo, y así que sea este pequeño país nuestro el primero que grite al mundo que dejemos de fastidiar la tierra y destruir nuestro futuro.