Duele ver cómo las luchas por la democracia en Centroamérica no sirvieron para nada, o para muy poco.
Con la doctrina Carter cayeron todos los regímenes militares en la región o, en el caso de Somoza Debayle, el de un civil con los militares y la policía en sus manos gracias a los cuales pudo hacer de todo un país su hacienda personal. Para los efectos fue la misma cosa.

Esa doctrina también propició el avance soviético por medio de una servil Cuba hasta llegar a Nicaragua y que ganara el sandinismo del ahora multimillonario comandante Daniel Ortega.

De esas amargas experiencias como países, de esas oscuras épocas de militares envalentonados por Washington, para evitar que la historia se repitiera, surgieron constituciones nuevas (El Salvador en 1983, en Honduras 1982, en Guatemala 1985); surgieron del cansancio y desprecio por las dictaduras, pero más allá de ese hecho inspiración, se insertaron en su texto las más modernas y probadas instituciones del derecho constitucional poniendo al centro de todo al ser humano como origen y fin del Estado, y no al revés, o sea, como un súbdito obediente de un sistema. Se desarrollaron principios y garantías a su favor, principalmente, entre un catálogo amplio de derechos para proteger a la persona de los ataques antojadizos de cualquier gobierno. Se reconoció el derecho al debido proceso, el derecho a la defensa desde la captura; la libertad de expresión y de pensamiento, la prohibición de limitar, reducir, tergiversar estos derechos.

Cuando uno lee los textos constitucionales de estos países y conoce las historias de cada nación, esas respectivas leyes principales no son solo un instrumento de regulación del sistema político, sino que puede sentirse la historia viva que subyace palpitante y sangrante; historias de persecución, encarcelamientos arbitrarios, torturas, exilios, así como también de medios de información clausurados, elecciones amañadas de forma descarada, etc.

Al final, triunfó la razón, aunque con presión externa o, al menos, con la cesación de la ayuda hacia los cuerpos represores. Vinieron las elecciones libres, el poder ya no estaba en la mano de una sola persona, se podía opinar sin temor a ser perseguido...pero todo eso duró muy poco. Hoy estamos en la misma situación, el reloj retrocedió, o hubo una anormalidad en el tiempo espacio, un cortocircuito en la memoria histórica de los pueblos, aunque con algunas diferencias: los militares ya no gobiernan, pero sí son humildes servidores del poder de turno con todo y su capacidad de amedrentar al pueblo y sus armas de grueso calibre.

Pareciera que su función de defensa del sistema democrático no les interesa, ya no quieren hacer más golpes, no quieren que les quiten la visa norteamericana para ir a comprar ropa o viajar a sus parques y ciudades. Quieren estar en sus negocios y que nadie los moleste. Al final, siguen haciendo daño por acción o por omisión.

Con respecto a los civiles, en Guatemala Jorge Serrano intento un auto golpe, para perpetuarse en el poder. Ni siquiera había pasado una década de democracia en el país y ya le picaban las ganas de quedarse en la silla presidencial.

ARENA en El Salvador se volvió un mini PRI, y pensó que gobernaría eternamente, y pensó que podía quedarse con todo. Ahora salen a la luz todos los descarados actos de corrupción de sus gobiernos. ¿Y el pueblo? Jamás les importó: la pobreza siguió creciendo.

Álvaro Cólom quiso seguir en el poder con una jugada tanta insultante como ridícula: inscribiendo a su esposa. Le salió el tiro por la culta. A quien si le funcionó es a José Manuel Zelaya Rosales, que a la tercera de cambio pudo hacer que su esposa, una ama de casa sin ninguna experiencia en política, llegara a la presidencia en Honduras, y ahora es él el que manda, el que ordena. Y eso que juraron ser mejores que la dictadura descafeinada de Juan Orlando Hernández que está preso en los Estados Unidos de América.

Este tema da para más, solo piensen en todo lo que me falta por hablar de los regímenes de Daniel Ortega y Nayib Bukele. Esta región está realmente condenada por su ADN.