Las fábulas estimulan la mágica creatividad de presentar de manera simplificada la comprensión de complejas y recurrentes conductas humanas, vistas desde la comparación imaginaria de la supuesta relación de convivientes en la naturaleza; todo explicado de manera breve y sencilla con lecciones muy profundas para quien quiera entender. Así, cuenta la legendaria fábula del Alacrán y el Sapo que un flaco, oscuro, pero acicalado y elegante alacrán, ensayaba su mejor discurso persuasivo para convencer a un laborioso sapo de buen corazón para que lo ayudara a cruzar un extenso pantano ya que el enclenque artrópodo, de temible aguijón, era incapaz de nadar, mientras que el batracio era muy diestro en ese arte. Sapo, tu que puedes –le dijo el alacrán-, ayúdame para atravesar el pantano, a lo que el receloso anfibio respondió inmediatamente con un rotundo ¡No!, ¡no cargo alacranes! Tú me engañarás y luego me matarás.

El astuto escorpión, que había ensayado un convincentemente discurso adornado con nobles motivos que justificaban la utilidad de su travesía, le explicó los generosos beneficios que recibiría el bufónido transportista por contribuir con su causa; prometiéndole solemnemente de no hacerle daño alguno, porque, además, ambos correrían gran peligro de perecer en semejante travesía. El alacrán le aseguró al sapo que sus honradas intensiones eran muy diferentes a las fallidas promesas de los malvados alacranes de siempre.

El confiado sapito, aunque con cierto recelo y escalofrío, se dejó encaramar al meloso arácnido en su lomo y mientras navegaban a medio pantano el meloso artrópodo lo seguía endulzando con todos los beneficios que recibiría por el apoyo a su causa. De pronto, el malvado alacrán clavó su afilado y ponzoñoso aguijón justo en la médula vertebral del sapo que fulminado y sorprendido preguntó: ¿por qué lo hiciste alacrán? A lo que el artero alacrán respondió: “es mi naturaleza”. Mientras, los dos se hundían sin remedio, pereciendo ahogados en la inmensidad de la ciénaga.

Muchas moralejas se advierten en este periodo, como la inexplicable captura de un prominente empresario del transporte urbano de pasajeros, reconocido también por sus recientes elogios al gobierno de turno, quien hoy cayó fulminado por el “zaite” que lo llevó a la cárcel, sin que exista claridad sobre los delitos imputados ante dispares versiones de las autoridades policiales. Tampoco se conoce el debido proceso administrativo aplicado para la intempestiva suspensión del contrato de concesión de líneas de transporte público adjudicadas a esta empresa con 293 unidades; y, el colmo, no existe norma legal aplicable para justificar la confiscación de dichas unidades, hoy operadas por efectivos de la fuerza armada y personal contratado por el VMT. Semejante gazapo ha disparado las quejas y protestas de usuarios por el deficiente servicio de transporte prestado bajo esta modalidad y las alarmas sobre la expropiación de estas unidades de transporte.

Abundan las moralejas aplicables a quienes confiaron en las falsas promesas destiladas por el astuto y convincente discurso renovador, con amplio manejo mediático, como el que terminó encantando al flamante alcalde capitalino que confió en sus promesas, escamoteó evidencias de la gestión edilicia anterior, para luego terminar fulminado en el fondo de la cárcel. Muchos representantes de la diáspora tambien cayeron postrados ante las dulces promesas del acicalado postor, sin faltar un prominente grupo de empresarios y sus gremiales que sucumbieron, unos anonadados por el discurso, mientras otros asumen el riesgo de llevar la venenosa carga desde su propio pragmatismo ambicioso, sin detenerse a pensar que por lo retorcido de “su naturaleza” los puede fulminar con la profunda estocada lumbar de cualquier proceso, tal como le ocurrió al transportista, a una destacada embajadora que lo amadrinó, a congresistas y el mismo Departamento de Estado; a los diputados defenestrados, a la Sala de lo Constitucional, al fiscal general depuesto y al mismo grupo empresarial que desde la izquierda lo cargaron hasta la mitad de la ciénaga.

A estas alturas es claro que “la naturaleza” del mandatario lleva al país al despeñadero, el artero mandatario carece de un proyecto de nación y de suficiente credibilidad en los mercados internacionales serios, resultando incapaz de navegar por sí mismo. Vamos a ver a cuantos crédulos sapitos se sigue llevando de encuentro.