En El Salvador un promedio de dos personas mueren al día víctima de la ingesta del alcohol, pero muchos más mueren víctima de los alcohólicos. Las autoridades nacionales e internacionales de salud reconocen como víctimas del alcoholismo a las personas que mueren por una ingesta alcohólica o que son atendidos en hospitales porque fueron internados por causas directas e inmediatas de dicho vicio.

Si una persona muere en un accidente de tránsito, ésta no es registrada como muerte por ingesta alcohólica, sino como muerte en accidente vial, aunque haya ido conduciendo en estado de ebriedad. Tampoco se contemplan los homicidios provocados por personas alcoholizadas. Ni los suicidios o los peatones que fallecen arrollados por vehículos conducidos por ebrios. Tampoco aparecen como muertos por alcoholismo quienes fallecen por una enfermedad generada por el consumo frecuente de bebidas alcohólicas. Si alguien muere por cirrosis, por insuficiencia renal, por diabetes u otra enfermedad devenida por el abuso de la bebida, no será registrada como producto del alcoholismo. Aún así, un promedio de dos personas mueren por indigesta alcohólica a diario en las calles, frente a los bares, en las cantinas, en cunetas o aceras, en predios abandonados, incluso en sus habitaciones o en cualquier lugar donde la providencia los desampara.

La semana pasada se registraron una serie de homicidios provocados por borrachos empedernidos que sumidos en su inconsciencia actuaron como criminales y hoy ante las leyes y la sociedad deberán pagar por sus estupideces. En Santa Rosa de Lima (La Unión), el nicaragüense Julio Tercero Garrache, fue capturado apenas minutos después de haberle quitado la vida a su compañero de “chupa” Carlos Antonio Rubio, a quien atacó con un corvo por la disputa de un trago. Igualmente en el municipio de San Carlos (Morazán) la Policía Nacional Civil arrestó a Guillermo Salvador Martínez y a José Aristides Ramírez, quienes con arma blanca le quitaron la vida a Inmer Ezequiel Martinez, porque les arrebató un trago. En San Salvador, la madrugada del jueves pasado José Leopoldo Beltrán fue capturado porque en estado de ebriedad mató a otro ebrio, en la calle Delgado, tras una riña por la disputa de una botella de licor. La noche del jueves, en el cantón Arcos de San Lorenzo, en Tecoluca (San Vicente) un adolescente de 15 años en estado de ebriedad atacó con arma blanca a Milton Wilfredo Valladares Martínez y a Víctor Antonio Hernádez Castro a quienes degolló.

Ninguno de las cinco víctimas mortales aparecerá registrados como muertes por ingesta alcohólica, porque técnicamente murieron atacados con arma blanca y serán tipificados como homicidios, lo cual es correcto; sin embargo sus decesos se produjeron a raíz de alcoholismo, que mata más de lo que uno se imagina. Produce desastres en las familias, en los puestos de trabajo, en los vecindarios, en el entorno en general de quien cae en las garras de este vicio, que es evitable y se puede superar paulatinamente con fe, fuerza de voluntad, ayuda psiquiátrica, humildad y sobretodo con amor propio.

A diario vemos imágenes a través de los medios de comunicación y las redes sociales de personas que mueren en la calle totalmente alcoholizadas. En una parada de buses de la colonia Escalón, recientemente un hombre murió víctima del alcoholismo. Ver la imagen del cadáver doblado en la banca fue dantesco y muy triste, al igual que lo son las fotos que casi a diario pululan en las redes de los cadáveres de los “bolitos” que mueren en barrancos, quebradas, zonas desoladas. Tras esas muertes seguramente hay personas que intentaron ayudarles para que dejaran el vicio. Hay familias que sufrieron al ver a sus seres queridos tocar fondo. Más que sufrir, les tocó vivir las consecuencias ingratas de tener a un pariente alcohólico.

La muerte es el fin último del alcoholismo. Empero, antes de morir, algunos tienen la desgracia de perder la dignidad, de destruir sus hogares, de generar vergüenza ajena, de convertirse en una bazofia humana, en seres improductivos, en generadores de dolor humano y hasta en estorbos de las familias y de la sociedad. Cuando se muere un alcohólico probablemente quedan huérfanos, viudos (as), infortunios, deudas y sinsabores. Algunos tocan fondo, al pasar por todo un proceso que inicia con el “trago social” hasta llegar a la inconsciencia de casi ser un desecho. Otros mueren bajo los efectos del alcohol o se meten en graves problemas de cualquier índole (delictivos, familiares, sociales, laborales, etc.) acarreando las nefastas consecuencias para los suyos. Nadie se siente orgulloso de un pariente que muere víctima de una ingesta alcohólica o que se haya metido en un grave problema por andar en estado de ebriedad. Los padres, los esposos (as) y los hijos llegan avergonzados a los juzgados a traer a sus parientes cuando éstos han sido detenidos por conducción peligrosa por manejar alcoholizados. Mucho más avergonzados llegan cuando ebrios han violado, matado, lesionado o cometido cualquier delito grave.

Tomar es dañino para la salud. El alcoholismo mata, pero antes destruye el entorno del alcohólico. Algunos jóvenes no tienen oportunidad de seguir un proceso hasta tocar fondo, porque ellos tocan fondo en sus primeras borracheras, cuando mueren en accidentes provocados por ellos o se suicidan o le quitan la vida a otras personas en un momento de “pendejada” bajo los efectos de las bebidas. El alcohol mata. Evitemoslo.