En mis años de estudiante el ecosistema solo era un capítulo de Ciencias Naturales. Nunca pensé que se convertiría en una angustia existencial. Dicen los expertos que esto del cambio climático, y todo lo que sobre ello concierne (que más que complejo, es inmenso) ya pasó la línea de no retorno, es decir, ahora solo toca reducir los efectos, pero ya es imposible regresar.

La primera vez que tuve alguna noción de lo grave del asunto fue cuando, en los 70, el compañerito de colegio, el sabio que nunca falta, habló sobre el agujero en la capa de ozono. Luego vinieron los 80 y la humanidad estaba más preocupada en la conclusión de la Guerra Fría. En los 90 se celebró la Cumbre de Las Américas en Florida, Estados Unidos, y el tema fue uno de los más importantes. Pero, como toda cumbre, no sirvió más que para reuniones diplomáticas, compartir anécdotas graciosas, estrecharse la mano y gastar los viáticos.

Años después, lo que sí llegó a dejarme helado fue el premiado y famoso documental, Una verdad incómoda, del expresidente Al Gore. Quedé horrorizado. Después vino el monumental documental “Home”, del estudio Europa, narrado de forma sobresaliente por el español, Juan Echanove. Más allá de los datos fríos del documental del ex vicepresidente norteamericano, nos mostró la hermosura de la casa de todos nosotros y las imagines de hacia donde la llevamos. Lloré.

En adelante, para mí, y para una pequeña parte del mundo, siento que la preocupación está fundada y el terror justificado. Climas más inestables, fenómenos climáticos salvajes, consecuencias fatales en aumento.

El COP 28 no es, sino, otra cumbre más en la cual los mandatarios llegarán a reírse de sus chistes, estrechar unas manos y gastarse los viáticos mientras las inundaciones, las sequías y el deshielo siguen (y seguirán) incontenibles.

¿Por qué este pesimismo? Por dos cosas: lo que los mandatarios hacen en realidad y lo “que es” la naturaleza humana.

Donald Trump, en su pasado mandato, se salió de todos los tratados internacionales para frenar el cambio climático. Los Bush, padre e hijo, nunca apoyaron cualquier proyecto que fuera encaminado a desechar el uso de combustibles fósiles. Bolsonaro le gritó al mundo que dejara de meter las manos en el pulmón del mundo, la Amazonia, porque es territorio brasileño. Ojo: en su mandato se destruyeron más bosques como nunca antes en un período presidencial en la época moderna.

Sobre lo mismo, aunque diferente, Japón denunció el tratado para proteger a las ballenas, porque a los japoneses les encanta todo lo que tenga que ver con los cetáceos. En segundo lugar, para mí, estas conferencias no deberían dedicarse a escuchar discursos aburridos de presidentes aburridos, sino de pocos y brillantes expertos en el tema, pero, sobre todo, en el cambio de los planes de educación primaria, secundaria y de bachillerato, porque el principal depredador del medio ambiente, y causante de la tragedia climática que se acerca, somos nosotros.

Por lo que he observado en mi paso por esta vida, habría que cambiar la esencia misma del ser humano, pues somos depredadores de la naturaleza “por naturaleza”. Recuerdo al famoso agente Smith de Matrix, cuando le dijo a Morfeo que nosotros no somos mamíferos sino bacterias ya que aquéllos crean una relación sostenible con su entorno, en cambio, los organismos microscópicos, devoran todo a su paso hasta destruirlo.

Tendríamos que cambiar la forma de percibirnos olvidándonos de esa fantasía perniciosa de que somos una especie creada o escogida por una divinidad, que tenemos total potestad sobre todo ser viviente. Tendríamos que cambiar nuestras costumbres y hábitos en la comida, el entretenimiento, la cultura incluso, hasta el deporte también, ni se diga en la forma de transportarnos. En pocas palabras, dejar de hacer cosas que destruyen al ecosistema, y para eso, nadie, absolutamente nadie de los mandatarios que van a dar sus discursos sosos al COP 28 dirán nada al respecto.

Sin querer parecerme a Bertrand Zobrist, el multimillonario mente maestra del libro Inferno, de Dan Browm, me gusta mucho el artículo de un periodista que dijo haber tenido una larga conversación con Chat GPT, en la cual, al preguntarle cuál sería la solución para los problemas del mundo, la IA dictaminó: “Desaparecer del planeta a la raza humana”.

Esto no es ni apetecible, ni posible, pero lo que sí es posible es educar a la gente que piense y actúe consecuentemente.