¿Dónde se ha escondido el tiempo, madre? dijo María. Después de siete años, por una u otra razón, habían tenido que dilatar ese reencuentro con su comunidad y familia. Joaquín y Ana, sentían hasta dolor de pecho de la felicidad que aquella visita les causaba. Poder caminar a la milpa con su nieto, era un placer que Joaquín, extrañaba profundamente. Ansiaba profundamente su compañía y no se aguantaba por hacerlo de nuevo. Al fin se sentía completó con su hija y su nieto en casa. El hijo de los dioses había cumplido 14 años. Se había convertido en un joven espigado, con una hermosura inusual, de esas que transpiran elegancia y estilo, pero con la fuerza de un cuerpo atlético y musculoso, que delataba el sinnúmero de horas dedicados a la natación y otros deportes.

Abuelo y nieto salieron de casa cuando el sol despuntaba detrás de la montaña. El canto de los pericos y el suave movimiento de las ramas de los árboles les cubrían sus pasos hacia la milpa. Te veo bien saludable, hijo, dijo Joaquín, pero no del todo alegre. ¿Qué pasa? ¿No te gusta mucho la ciudad? El cemento se te mete en el alma, abuelo, y no te deja respirar, respondió su nieto. Te ahoga y su fuerza te quema. No te lo voy a negar, me ha costado un mundo el poder adaptarme a esa nueva realidad, y aunque mi cerebro lo agradece, mi corazón lo resiente. La vida en la ciudad, como su cemento, es dura y puede ser hasta cruel. ¿Como así, hijo? preguntó, Joaquín. Pensé, que con el cura Santiago cubriéndote, la vida en San Salvador sería un poco más fácil.

Santiago, y no le digas cura que no le gusta abuelo, ha sido muy bueno conmigo y con mi madre. Ha hecho lo imposible por blindarme y apoyarme, su entorno es conductivo a mi crecimiento intelectual, y de alguna manera ha tratado de protegerme y aconsejarme en cómo reaccionar ante la violencia social de un colegio como el Externado. Con el tiempo, me he dado cuenta de que soy diferente, y que ser diferente a la norma no siempre es bien aceptado. Mi forma de ser, de pensar, de expresarme, mi hambre de conocimiento y por los libros, genera rechazo y violencia, no solo verbal y psicológica, sino que ha llegado hasta la violencia física de mis compañeros y compañeras de colegio. Y aunque he llegado a comprender que solo puedo controlar mis reacciones ante ese acoso, con el pasar del tiempo, me ha endurecido y me ha vuelto una persona triste, y hasta en cierto modo insegura. Ya no me gustó mucho, abuelo. Joaquín, sintió un nudo en la garganta al escuchar las palabras de su adorado nieto. Lo veía y sentía, como nunca lo había visto ni sentido, un joven hermoso pero triste. Su nieto ya no era el mismo, el concreto de San Salvador, lo había cambiado.

Pero cuéntame, María, ¿cómo es la vida en la gran ciudad? Preguntó Ana. Sabes que siempre quise que Joaquín me llevara, pero el zonzo ese nunca quiso. María sonrió ligeramente con una de esas sonrisas nostálgicas que más pretenden tristeza que alegría. Desde siempre había sabido de los deseos de su madre de visitar la capital.

La vida en la gran ciudad, madre, es agitada y dura. Es másahora que regreso a mi tierra, me doy cuenta de lo que mi hijo y yo hemos perdido. Uno siempre añora vivir en las grandes ciudades, a ese ritmo frenético y agudo, que nos da la falsa imagen que estamos viviendo intensamente y aprovechando nuestro tiempo al máximo. Pero nos engañamos madre, la vida verdaderamente se aprecia cuando abrazamos el agua del mar y sus blancas olas, la milpa, el lodo del rio, y el trino de los pájaros. Eso es vivir, por lo menos para mí, y creo que para mi hijo también. Mis caminatas vespertinas a la orilla del mar, es lo que más he extrañado en estos siete años de alejamiento. Pero bueno, reacciono Ana, ustedes pueden volver en el momento que así lo quieran. Si tanto dolor les causa este alejamiento, pues nada que la vida es muy corta para estarla desperdiciando. Sabe dios como les hemos extrañado tu padre y yo. Nada nos haría más felices que verlos regresar cuanto antes. No es así de sencillo madre, respondió María. Tu nieto con 14 años habla cuatro idiomas y lee en seis. Eso ahí, justifica nuestro sacrificio. Una mente privilegiada como la de él necesita enfrentarse a otros ambientes y retos para crecer. Ya tendrá tiempo para decidir dónde quiere pasar el resto de sus días.