No estoy tan seguro de eso. Al menos no en esta época. Repetidas veces he leído esta frase en apariencia sabia: “El insulto deshonra a quien lo dice”. Tengo algo que opinar al respecto.

En primer lugar, un insulto (a veces) es un buen instrumento para hacer reaccionar a alguien sobre su comportamiento o, al menos, para ofrecerle -en poquísimas palabras- a manera de resumen, un análisis conductual (gratuito) sobre su actuar errático y puede surtir efectos positivos, cuando el receptor no es susceptible o necio; tonto u obstinado, y se deja convencer por lo evidente y mejora su actitud. ¿Ejemplo? “Dejá de ser tan imbécil”.

También un insulto a tiempo puede hacer refrenar una acción con efectos perjudiciales: “¡Parate hijuelagran...”, y el hombre salva su vida porque frenó el carro a tiempo...gracias al amigo copiloto que iba más atento que él a la carretera.
También sucede que un insulto agudo realiza un retrato preciso de una persona en un santiamén, dejando al que lo dice como una persona muy acertada en sus opiniones: “Ese es un total desgraciado”.

Ahora bien, el insulto como efecto negativo contra el que lo profiere, y me refiero al insulto vulgar, que busca herir, que no tiene ninguna virtud u utilidad como las mencionadas antes, ¡hum!, no creo que sea aplicable en el conglomerado humano ordinario, común, corriente, ya que la experiencia común dicta que el insulto espetado por una persona contra otra suele tener su grupo de fans, de admiradores, de entusiastas que lo gozan, se ríen, aplauden y azuzan a que continúe el pugilato verbal haciéndolo ver casi como un héroe. Lo vemos en los colegios (hasta en los caros), en el mercado, en los puntos de buses, en reuniones de amigos, en fin, en todas partes. Y aplauden, y se dan la mano, se felicitan y hasta motivan a que se siga insultando a la víctima.

Tal vez esa frase célebre que comento tenga su real connotación entre gente muy educada con base en principios morales, de buenas maneras, con amor al prójimo un insulto pueda parecer que denigra a quien lo dice y no a quien lo recibe, pero en esta época de redes sociales, sobre todo en Twitter, se nota que no es cierto: la gente incluso toma partido y vitorea al que mejor insulta y así, esa red social, se vuelve una constante pelea de gallos rodeada de fanáticos de uno y otro lado, borrachos de euforia y placer apoyando cada quien a su bando. Por eso cuando uno entra a Twitter apesta a baño público.
Se me ocurren más cosas, pero hasta acá lo dejo porque no es mi intención excitar a la violencia, solamente compartir un punto de vista. Mi intención va encaminada a evidenciar el insulto como “herramienta” recurrente de la clase política y de sus vasallos.

El insulto entre políticos y sus cajas de resonancia se ha vuelto un deporte nacional en todos los países, y en El Salvador no hay excepción alguna.

El mentecato carente de capacidad para razonar, desentrañar una situación y analizarla proponiendo salidas o dando un punto de vista inteligente es lo que más se ve en la mayoría de los hombres públicos. No hacen el esfuerzo de estructurar una frase aguda, inteligente, cuyo mensaje sea claro y aleccionador. Todo es sarcasmo, insulto y allí es donde emergen sus fans apoyando la vulgaridad y la bajeza.

No es que sea signo de nuestros tiempos, siempre ha sido así, desde que se tiene registro de la historia, como los debates en plazas públicas de los antiguos griegos o romanos, solo que ahora lo vemos a diario, al alcance de un pulsar de dedos índices en las pantallas de los celulares, y es decepcionante. Deberíamos haber avanzado, pero hemos retrocedido.

Sin duda los votantes tenemos mucho de culpa, aunque no podemos negar que no hay mucho de dónde escoger, pero debemos hacer el esfuercito de elegir a aquellos que renuncian al insulto y que, en cambio, tienen propuestas inteligentes. Candidatos decentes que promueven los buenos modelas y la inteligencia. Seamos parte del desarrollo, no de la vulgaridad.