Lo más grande que nos legó el exsecretario del Soviet Supremo fue asentar en los libros de historia que el socialismo soviético fue el experimento social, político, cultural, económico más desastroso de la humanidad.

No me digan que soy un exagerado, solo miremos el régimen cubano: no tienen energía eléctrica por horas y hasta días, sus muchachas se prostituyen, sus casas se derrumban, la gente huye arriesgando su vida en altamar, los deportistas desertan, miles de presos políticos por el solo hecho de criticar al Gobierno, las largas colas para adquirir lo que el Estado piensa que es lo único a lo que tienes derecho, y la lista no tiene fin. Y no es porque el sistema se haya corrompido, es que el sistema es así. Está hecho para eso, para empobrecer, para matar de a poco la iniciativa, la voluntad, la capacidad de crítica y análisis, las ganas de vivir.

El gran legado de Gorbachov, también, es que salieron a la luz las masacres cometidas por el régimen contra aquellos que no se sometían -ni a la fuerza- a su ideología, la cual fue impuesta (en todas las partes del mundo que fueron contaminadas con esa locura) contra la voluntad de la población, reduciendo a la persona humana al nivel del estiércol, o sea, desechable, pero con ciertas cualidades de abono. Humanos que tenían tanto valor como la que tiene una tuerca en un inmenso engranaje. Importante, pero prescindible.

Ante esas cosas verdaderas que ya no están en tela de juicio es que provoca entre decepción, risa y espasmos estomacales ver a tanto desvelado con boinas verdes y estrellas rojas, camisetas del Che Guevara, emblemas de la URSS. Es tan despreciable como ver los “skinhead”, con sus esvásticas en los brazos o camisetas con la imagen de Adolf Hitler.

La URSS esparció –como parte de su programa- muerte, destrucción, secuestros, pobreza, terrorismo. Ahora, de las ruinas de ese nefasto imperio, de esa errónea corriente del pensamiento político, han surgido engendros que han reacomodado sus teorías con enfermizas ocurrencias como el Socialismo del s. XXI.

El derrumbe de la URSS, gracias a la valentía de Mijail Gorbachov, pero también a que era ya imposible sostener la gran mentira de la Unión Soviética, dejó huérfanos a los libretistas de Hollywood y a los anti imperio, anti ricos, anticapitalistas, y ha nacido una nueva especie de revolucionarios demagogos que repitiendo el sonsonete de esos tiempos oscuros de la Guerra Fría, han hecho una mezcla de las promesas comunistas con la manipulación barriobajera de las más básicas aspiraciones de los pueblos, tocando sus sentimientos de frustración y desasosiego para alcanzar el poder y, por cierto, hacer gobiernos desastrosos como Ortega, el más evidente de todos esos engendros, o los Kirchner, José Manuel Zelaya, AMLO, etc., y más recientemente –aunque falta mucho para poder calificarlos- Nayib Bukele, Gustavo Petro y Gabriel Boric.

Mario Argueta, un gran pensador e historiador guatemalteco radicado en Honduras, escribió algo por demás interesante, sobre lo que pretendía el extinto líder soviético que vale la pena reproducir, ya que su proyecto buscaba rescatar un país que se dirigía a la catástrofe económica: “También los cambios implementados por Gorbachov resultaron, por una parte en una liberalización del rígido y exhausto modelo: elecciones con candidatos de distintas fuerzas y corrientes, libertad de expresión y conciencia, retiró de las tropas de Afganistán tras nueve años de presencia en ese país (1979 - 1988), exitosa reducción de armas nucleares con Estados Unidos a fin de reorientar el presupuesto a mejorar la calidad de vida de los soviéticos, énfasis en la producción y expansión agrícola a efecto de abastecer adecuadamente la alimentación del pueblo, lucha contra la corrupción oficial, desmantelamiento del Pacto de Varsovia, dinamización y reducción del gigantesco aparato burocrático”.

Buscar la reestructuración de todo ese adefesio ideológico, nefasto, sostenido de manera forzada con un sistema jurídico legal hecho para justificarlo, engrandecido con el culto a la imagen y el bombardeo de banderas e ideas altisonantes, por todos lados, fue un acto heroico y realista. No había otro camino. La URSS se estaba hundiendo.
Murió un hombre muy valiente, pero también uno muy pragmático.