Hay que tener una soberbia del tamaño del planeta para que un país tan pequeño como el nuestro, y tan necesitado de ayuda, no asista a una cumbre de la magnitud de la de Las Américas, y sobre todo que cuando quien invita es nuestro mayor socio comercial, el refugio de millones de compatriotas, el país del cual exportamos el mayor porcentaje de productos y cuya línea política ha sido semejante a la nuestra, incluso en los dos gobiernos pasados de izquierda.
O soberbia descomunal o torpeza profunda y oscura.

Lo que en lo particular me llama la atención es que los presidentes de los países que están al fondo de los índices en América Latina, los del triángulo del norte de Centroamérica, los más criminalizados del istmo, se pongan de acuerdo tácitamente para no ir, a pesar de toda la ayuda que reciben de los Estados Unidos. Esto me dice a mí que se van a distanciar de la potencia, ¿pero por qué y hacia dónde? Ya de por sí el camino que llevan de corrupción, pobreza extrema, narcotráfico y delincuencia es torcido, sórdido y con un final terrible. ¿Qué pretenden?

No me vengan con la cancioncita que les duele en el alma que no hayan invitado a las tres dictaduras de la región. Acá hay algo más.
Mencioné en mi entrega anterior que la decisión de Joe Biden fue terrible, diplomáticamente torpe y estratégicamente errada. Al enemigo se le tiene más cerca que a los amigos. Lo mejor hubiera sido invitarlos y en reuniones bilaterales con cada uno de los excluidos hacer severas amonestaciones verbales, como solo el imperio puede darse el lujo de hacerlo, pero no. Joe Biden, en una acción más digna de Trump que de él, metió la pata, pero no me parece que sea una excusa para no haber asistido a la Cumbre.

Latinoamérica es una región en permanente crisis, 200 años de inestabilidad, navegamos en mareas siempre turbulentas, ningún país despunta, sino en algunas particulares cosas. En el concierto de naciones nuestra voz, incluso en coro, no pasa de ser un maullido tierno de gato. Por ello aún suena más ridículo que tres países tan pequeños tomen decisiones tan alocadas.
En el caso de Nicaragua, la suerte está echada, esta semana el dictador millonario ha pedido a su parlamento servil que aprueban la llegada de tropas rusas a territorio nicaragüense. El camino que lleva es claro y preciso. ¿Qué pretende entonces nuestro señor presidente don Nayib Bukele?

Sin duda alguna lo más irritante para el presidente es tener alguien que le esté supervisando y criticando, y los Estados Unidos (por medio de diferentes voces) abiertamente lo han señalado como un presidente populista que toma decisiones como un adolescente, como alguien que tiene problemas mentales, de forma irresponsable y potencialmente destructivas.
El niño caprichoso que vive en su mente no soporta ningún tipo de señalamientos, aunque sean válidos. Toda crítica es descartable. Ello lo hace empezar a comprender a uno por dónde va la cosa. No le importa lo de los excluidos, al final de cuentas no sabe nada de política exterior, bueno, la verdad, no sabe mucho de nada. Lo que ha querido con esto es dar un paso más en su alejamiento de Washington. Nada más. Lo de los países marginados de la cumbre solo es una pantalla.

En ese tipo de cumbres, en las reuniones que se hacen con los diferentes presidentes en los distintos eventos, se tocan los temas más relevantes para la región y ver cómo se alían para combatirlos: feminicidios, tráfico de órganos de menores, corrupción, migración, pandillas, narcotráfico. Por otra parte, también se dan acercamientos para acuerdos comerciales, incluso hasta intercambio culturales, deportivos, artísticos, pero todo eso al señor Nayib Bukele le sale sobrando.

El Salvador se encamina a lo que todos sabíamos por la desgraciada apuesta sobre el Bitcoin: a una debacle de las finanzas públicas. Cuando más ayuda necesita el país de quien ha sido nuestro eterno aliado y mandamás (así es la geopolítica), el mandatario nos quiere alejar de él, ¿pero para sustituirlo por quién? Ese es el quid del asunto, el mensaje oculto a resolver.