Enero no es un mes cualquiera en el país, desde 1992, por decreto legislativo es el mes dedicado al adulto mayor, como un homenaje a las personas que han tenido el privilegio de llegar a esa edad. Cronológicamente una persona llega a ser adulto mayor a los 60 años, cuando ideal y legalmente debe jubilarse para disfrutar los frutos de la vida. Hasta el año 2020 la esperanza de vida al nacer era de 78.04 años para las mujeres y 68.60 para los hombres. En promedio 73.53. A nivel de Centroamérica solo Costa Rica y Panamá tiene un promedio de esperanza de vida superior a El Salvador.

Se dice que una persona cuya edad oscila entre los 60 y 74 años es un viejo joven, quien tiene entre 75 y 84 es un viejo-viejo, de 85 a 99 un viejo longevo y de 100 en adelante es un centenario. Desde luego esa es la edad cronológica que se manifiesta en el declive del cuerpo, pero hay una edad espiritual y esa es la que cada uno siente. Alguien de 65 años se puede seguir sintiendo muy joven y actuar con la “madurez” que implica sentirse así. Igual habrá quien a sus 40 o 50 años pueda sentirse con actitudes de un viejo.

La esperanza de vida al nacer está determinada por varios factores, entre ellos la higiene, una dieta balanceada, ejercicio regular, una cotidianidad alejada de los vicios (alcoholismo, tabaco y drogas). También está determina por factores de orden genético y desde luego el contexto de desarrollo. En sociedades violentas las posibilidades de llegar a la edad máxima se reducen, al igual que disminuyen cuando se vive en pobreza o en condiciones no adecuadas.

Hay quienes dicen que el 25 por ciento de la esperanza de vida al nacer está determinada por el orden genético y el restante 75 por los factores medio ambientales o al contexto de convivencia que en ocasiones son ajenas al individuo mismo. No podemos, por ejemplo, incidir lo suficiente para evitar las pandemias o los eventos naturales (terremotos, maremotos, sequía, hambrunas, etc.). Podemos planificar y prever situaciones, pero no tener pleno control sobre ellas.

Llegar a viejo debe ser un noble privilegio, pero no siempre es así. Muchos llegan en condiciones infrahumanas marcadas por las carencias o los problemas psicosomáticos, aunados a la soledad, a la falta de atención y la incomprensión de la sociedad. Algunos acaban en las calles, en los asilos o sumidos en la fatídica soledad por la ingratitud de los suyos o por la falta de previsión en su juventud. A muchos les toca vivir de la caridad pública, de la eventual ayuda de algunas instituciones o del amparo de la providencia.
Cuando uno es joven ni en broma se imagina que algún día llegará a ser adulto mayor. Algunos desperdician su juventud y otros le sacan un buen provecho para los años tarde. Miles de jóvenes desperdician su vida en las drogas, la vagancia, la inconsciencia, el alcoholismo, el ser tunante, el valeverguismo, en la falta de visión a mediano y largo plazo. Por supuesto que la juventud hay que disfrutarla y aprovecharla. Es la edad idónea para estudiar, practicar deportes, generar condiciones para una vida saludable y estable en todo sentido, para construir una familia con principios y valores y para preparar mejores condiciones para nuestros nietos.

La vida, tan linda como es, es demasiado corta. Ni nos damos cuenta cuando arribamos a los 40 años o cuando pasamos de los 50. De repente ya vemos cerca la jubilación y cuando menos pensamos pasamos a ser adultos mayores. Muy valioso, para enfrentar esa edad, será lo que hemos cultivado en nuestras familias, lo que sembramos para cosechar lo que aprovisionamos, lo que construimos. Algunos tendremos el privilegio de recibir una pensión que nos ayude a sobrevivir con dignidad, otros podremos cosechar mucho de lo sembrado, pero habrá quienes pasarán a vivir en incertidumbre. Por ello vale la pena aprovechar la juventud, para tener mejores opciones de vida en nuestra tercera edad, rodeado de buenas condiciones de vida al lado de nuestros seres queridos.

Todos, o casi todos, soñamos con llegar a viejos en buenas condiciones físicas, sin depender de nadie o nada para movilizarnos, pero los caminos a la vejez son variopintos y difícilmente podemos tener la certeza de cómo será nuestra vida en los años viejos.

El Estado está obligado a garantizar un contexto adecuado: hospitales geriátricos, asilos dignos, espacios de entretenimiento idóneos, pensiones adecuadas, infraestructura básica para la tercera edad, atención psicológica de primer nivel y muchas otras condiciones. Pero en primera instancia, somos nosotros mismos como ciudadanos (as) los que tenemos que contribuir en prepararnos desde nuestra juventud. El que siembra vientos cosecha tempestades, pero el que siembra buena voluntad y bien común seguramente logra cosechar buenos frutos.

Reitero, nadie o muy pocos a sus 20, 25 o 30 años, hace un alto en su vida para pensar cómo vivirá cuando llegue a los 80 años o más. Algunos llegan a creer que la juventud es eterna y que las fuerzas físicas se mantendrán permanentemente. Tener juventud es poder, pero ese poder debe motivarnos para ser responsable con nosotros mismos. La vida hay que disfrutarla, motivados y con mucha fe en Dios. Debemos cuidar a nuestros viejos, porque Dios mediante, algún día lo seremos.