El rey David dijo en una ocasión “No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; El que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos” (Salmos 101:7). Esta declaración apela a la importancia de mantenernos en el recto proceder y en la justa razón, aspiración digna de todo ser humano, dado que el hacer lo malo no es difícil, como tampoco ejecutar la venganza es complicado. Satanás conoce lo que hay en el corazón de los seres humanos y aprovecha las debilidades para potenciar la maldad de aquellas personas que tienen ausencia de Dios en sus corazones.

El Señor Jesucristo lo dijo así: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre” (Mateo 15:19-20). De manera que el corazón del ser humano es el centro de la batalla espiritual, que puede conducir a dos caminos, donde el que hace lo justo y recto será galardonado por hacer el bien, mientras que el que práctica la arrogancia y se siente poderoso por el puesto que ostenta, su fin es desastroso.

El caso del rey Roboam hijo de Salomón (1 Crónicas 12), es una nuestra de la altivez humana, ya que no admitió el consejo de los ancianos, el corazón de Roboam se volvió arrogante, al creer que tenía el monopolio de la razón, y cuando consolidó el poder abandonó el buen camino de Dios. Es así que nublado por el orgullo tomó el consejo de los jóvenes e inexpertos en asuntos diplomáticos y políticos, y cargó al pueblo de Israel con impuestos mayores que el rey Salomón, esto provocó que hubiera un cisma que dividió la nación en dos pueblos.

En cambio, su hijo Abías (1 Crónicas 13), fue todo lo opuesto, ya que permitió que Dios guiara sus pasos, se dejó aconsejar, tomó decisiones prudentes y apeló al pacto de sal, lo cual constituía la alianza de Dios con aquellos que le iban a servir por siempre en el sacerdocio. (Números 18:19) También era un pacto condicional entre Dios y la nación de Israel en el Monte Sinaí (Éxodo 19). Así mismo este pacto se encuentra en Deuteronomio 11 y en otros textos Bíblicos, el cual prometía a los israelitas una bendición por la obediencia y una maldición por la desobediencia.

Pero en este caso el pacto de sal, al cual apela el Rey Abías, era la promesa que Dios le había hecho a su bisabuelo el Rey David que no le faltaría jamás lámpara en su trono, es decir un descendiente que reinara en su lugar para siempre, tal como lo expresa 2 Crónicas 13:5 ¿No sabéis vosotros que Jehová Dios de Israel dio el reino a David sobre Israel para siempre, a él y a sus hijos, bajo pacto de sal? Debido a la fuerte confianza que el Rey Abías depositó en Dios, le permitió obtener la victoria con 400,000 soldados menos frente el Rey Jeroboam, del reino del norte (Israel).

Esto significa que cuando un gobernante rey o presidente, decide confiar en Dios y obedecer a las leyes, nunca le irá mal, todo lo contrario, podrá acostarse y despertar en paz, pero cuando un gobernante se vuelve orgulloso, injusto, se aferra al poder y no obedece a las leyes, su fin será desastroso. Además de los personajes bíblicos que han perecido en soledad y de una manera trágica por su desobediencia y arrogancia, tenemos en la historia universal, personajes como Benito Mussolini, Josep Stalin, Mao Tse-Tung y Adolfo Hitler que sus vidas concluyeron en una oscuridad absoluta.

La historia más reciente nos dice como partió de este mundo Hugo Chávez, desahuciado, y en oscuridad, pidiendo no morir, del mismo modo murió Fidel Castro, y así han muerto también personas con muchos recursos económicos que han sido despiadados con sus semejantes, de manera que el destino de los arrogantes, que no obedecen las leyes de Dios ni a las leyes terrenales, es miserable y en oscuridad, ya que la vida es tan corta y se termina de un momento a otro, el Señor Jesucristo lo dijo así: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. Mateo (26:52)