Cuando escuchamos la palabra “sufrimiento” o la leemos, genera una reacción de temor y preocupación en la vida de los seres humanos, pero cuando se vive el sufrimiento en carne propia, el panorama cambia, dado que, desde la cama de un hospital, desde una cárcel, en el contexto de un matrimonio desquebrajado, en el funeral de un ser querido, en la enfermedad de un pariente o en las adiciones de un hijo, se refleja el dolor, la impotencia y surge la desesperanza como ladrón en la noche, es ahí donde se descubre que el dinero no puede comprar la salud, ni la felicidad en medio de una tribulación.

Es decir que no hay consuelo en nada, dicho de otra manera, las amistades proveen su calor y presencia, pero no brindan esperanza, los médicos proveen atención al enfermo, pero no pueden curar la muerte, los abogados proveen defensas y asesorías, pero no tienen poder de abrir las puertas de las cárceles ante las detenciones injustas, los consejeros matrimoniales proveen consejos, pero no sabiduría para otorgar el perdón, los centros de rehabilitación ayudan para calmar las adicciones, pero no curan el alma, el dinero proporciona seguridad, pero compra la paz ni la salud.

De manera que el consuelo, la esperanza y la paz, del ser humano no viene de lo que posee ni de lo que acumula a lo largo de su vida, sino que estos elementos son eminentemente espirituales y el único que los provee de forma gratuita es el Señor Jesucristo, cuando le buscamos de todo corazón. El profeta Jeremías en el capitulo 17. Lo dijo así. “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto”

Todo ello me recuerda la trágica historia que vivieron los esposos Gentry y Hadley Eddings, quienes pastoreaban en Carolina del Norte. En el contexto de la celebración de su sexto aniversario, andaban recorriendo las calles de Wilmington, en Carolina del Norte, cuando de repente un conductor distraído los envistió en el vehículo en que se conducían. Gentry estaba al volante, mientras que Hadley estaba en el asiento de copiloto, ella estaba embarazada de ocho meses para el momento del accidente. Además, Dobbs, el hijo mayor de la pareja de dos años de edad, estaba en el asiento trasero del auto y murió al instante.

A Hadley la sometieron a una cirugía de emergencia para salvar al bebé. Reed, el segundo bebé de la pareja, nació con 38 semanas de gestación y pudo mantenerse con vida tan sólo dos días más debido a las difíciles lesiones que le dejó el accidente, pero finalmente falleció. La familia Eddings estuvo desconsolada a raíz del accidente, sus dos hijos habían muerto. El conductor que acabó con la felicidad de la pequeña familia se llama Matthew Blair Deans, tenía 28 años de edad para el día del accidente y fue condenado a tres años de prisión por homicidio involuntario.

La pareja de pastores, decidieron no guardar rencor contra el conductor, ni profirieron palabras de venganza, sino al contrario decidieron otorgar el perdón al conductor con esta frase “Esperamos estar tomados de la mano contigo en el cielo y con nuestros hijos” de manera que, en la tribulación, en la desesperanza y en el dolor, el único que consoló a esta familia, fue el Señor Jesucristo, el cual tiene los brazos abiertos para todo aquel que este pasando por un momento de sufrimiento. A pesar de que la pareja de pastores no tenía planes de volver a tener hijos después del accidente.

El Señor Jesucristo, les bendijo con gemelos, ahora viven felizmente criando y educando en valores Bíblicos a los gemelos. “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4)