Todos somos trabajadores, incluso los que son propietarios ya que desempeñan un trabajo dentro de la empresa, así que mucha felicidad a todos aquellos que con su fuerza o inteligencia modifican los recursos y los ofrecen al mundo, o los utilizan y prestan servicios.

Realmente habría que llamarlos empleados, y de hecho, ese sería una mejor palabra a utilizar: día del empleado, de la persona que no posee los medios de producción. Pero sigamos llamándole trabajadores porque así se ha acuñado el concepto, aunque insisto, un presidente de una compañía, o el dueño de un taller, igual son trabajadores, desempeñan funciones importantes para el lugar de trabajo.

Sobra decir por qué se celebra, pero ya deberíamos salir de la caja y modificar la idea de que únicamente es para reclamar, pedir, exigir, que igual, eso lo hacen a cada rato, y por demás está en señalar que aumenta el odio entre clases, sin darse cuenta que están navegando en el mismo barco.

En ese orden de ideas, el Día del Trabajo debería ser un momento en el cual no solo se exija mejoras salariales, porque el objetivo del trabajo no solo es conseguir eso, de hecho, está en el 5º lugar de las motivaciones del empleado, sino que tiene que ser una fecha de encuentros entre gobierno, empresarios y trabajadores, y sentarse a buscar el desarrollo del país, que al final de todo, es para ello que todos trabajamos, aunque no nos demos cuenta.

Los mismos reclamos de siempre, de parte de los manifestantes, la misma indiferencia de siempre, del gobierno de turno, y las mismas excusas de toda la vida de parte de los empresarios, y El Salvador sigue siendo un paisito intrascendental en el concierto de las naciones, por mucho que lo amemos.

En las últimas cuatro décadas, varios países nos han sobrepasado y ya van bien lejos en el camino hacia al desarrollo. Ellos avanzan, nosotros nos quedamos estancados.

Esta fecha está tan mal entendida, como que a fuerza tienen que salir a la calle a no proponer nada, a solo exigir, a seguir con la penosa y arrabalera costumbre de manchar paredes, monumentos, bienes públicos e, incluso, cuando hay “infiltrados”, hasta realizar actos de claro terrorismo.

El Día del Trabajo debe ser una fecha para aprovechar ese acercamiento tripartito inteligente, racional, planificado, con una agenda concreta sobre qué debemos hacer todos los que trabajamos para sacar adelante al país. Cómo tener mejores trabajadores en todas las áreas, sobre todo en aquellas de un valor significativo para volvernos atractivos al mundo. La creación de industrias que estén acorde a los tiempos, pues mientras en Japón hablan de robótica, en Alemania de inteligencia artificial y en los Estados Unidos de crear una estación en la Luna y colonizar Marte, en El Salvador aún hablamos de las causas de la guerra civil y de comunistas y conservadores. Somos algo patéticos.

El sultán, que cada día es más descarado en su objetivo de permanecer en el poder, de concentrarlo en sus manos, de que se le obedezca cual dictador que es, en vez de estar señalando como terroristas a las personas que marcharon ayer; como gente sin oficio que apoya las estructuras criminales (¡dame paciencia Señor!), debería haber sido más original y darle una visión nueva, útil, moderna a dicha celebración.

Pero no, descaradamente manda el mensaje que nadie puede estar contra él, porque eso es atentar contra la paz y tranquilidad del Estado, que en pocas palabras, es él. ¡Qué Daniel Ortega se escucha, presi!
No está malo cambiar un poco las cosas en cuanto a esta fecha tan importante.

El Foro Económico Social que se creó con los Acuerdos de Paz, que reuniría trabajadores, empresarios y gobiernos en una suerte de parlamento permanente para discutir sobre el destino del país, debe ser retomado, y no digo resucitado, porque el pobre, en verdad, nunca tuvo vida.

Claro que eso será imposible mientras esté en la silla el dictador que menosprecia dichos Acuerdos y a los trabajadores que marcharon ayer.