Había una vez un anciano que vivía en una pequeña aldea. Todos los días, el anciano se sentaba junto a la carretera principal de la aldea y saludaba a los viajeros que pasaban. Él era conocido por su sonrisa amable y sus palabras de aliento para todos los que pasaban. Un día, un joven viajero se detuvo a hablar con el anciano. El joven estaba triste, desanimado y resentido, y le preguntó al anciano: ¿Cómo puedo encontrar la felicidad en la vida? El anciano sonrió y le preguntó al joven: “¿Qué traes en tu bolsa?” El joven respondió: “Solo algunas piedras que recogí en mi camino”

El anciano le pidió al joven que sacara una de las piedras de su bolsa. Luego, le dijo: Sostén esta piedra en tu mano y cierra los ojos. El joven hizo lo que el anciano le pidió, y el anciano comenzó a hablar: Esta piedra representa la tristeza y el dolor que has experimentado en tu vida. Si la sostienes con fuerza, te pesará y te mantendrá atado a tu pasado. Pero si la sueltas, te darás cuenta de que puedes seguir adelante y encontrar el gozo que buscas. El anciano le pidió al joven que dejara caer la piedra y que sacara otra piedra de su bolsa, en esta vez, la piedra era más pequeña y más suave al tacto.

El anciano le dijo al joven: Esta piedra representa la bondad y la gratitud. Si la sostienes con amor y gratitud, encontrarás un tremendo gozo en tu corazón. El joven dejó caer la piedra y sacó otra de su bolsa. Esta vez, la piedra era grande y pesada. El anciano le dijo: Esta piedra representa el resentimiento y la venganza. Si la sostienes con ira y amargura, te pesará y te mantendrá atado a tu dolor. Pero si la sueltas, te darás cuenta de que puedes liberarte y encontrar la paz que tanto anhelas. El joven dejó caer la piedra y se dio cuenta de que el anciano tenía razón, por lo que se sintió más liviano.

A partir de ese momento, comenzó a dejar ir las piedras que lo habían estado haciendo caminar lento y cansado y que no le permitían tener gozo y paz.

Los seres humanos, a menudo cargamos con el peso de nuestras emociones, guardamos resentimientos y albergamos en el corazón amargura que nos conducen al camino de la venganza. Pero si aprendemos a soltar las piedras que nos pesan, podemos encontrar el gozo y la paz que tanto anhelamos. Sobre todo, en una sociedad injusta, que premia al malo, y castiga al bueno, que encarcela al justo y deja ir libre el culpable.

Una sociedad que persigue al honesto, pero se agrada con el corrupto, que acepta al candidato truhan, pero no apoya al justo, que acepta la mentira, pero se retuerce con la verdad. Una sociedad que prefiere votar por candidatos que apoyan el aborto y los matrimonios igualitarios, pero desechan al que tiene valores, una sociedad que toma como verdad todo el lastre de mentiras que dicen ciertos políticos, pero que cuestionan las verdades Bíblicas. Es decir que hemos llegado a una sociedad que llama a la venganza justicia, y al debido proceso lo llama obstáculo.

En otras palabras, vivimos en una sociedad insensible que no se duele ante las injusticias, ni se inmuta ante las detenciones arbitrarias, sino que se mofa del dolor de una madre, de una esposa o de un hijo que ahora llora la ausencia de un padre o una madre. Y con ello nadie se opone a que se persiga y se castigue al malo con todo el rigor de la ley, pero jamás será justicia encarcelar al inocente por el hecho de ser pobre. La justicia siempre busca la armonía y la paz en cambio la venganza busca la satisfacción personal. No podemos continuar por el camino del odio y la venganza, que solo nos divide como sociedad.

Como dice en Filipenses 4:6-7 “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.