En 1959 entran triunfantes a La Habana las tropas del Movimiento “26 de julio”, con Fidel a la cabeza; en 1963 se consuma el magnicidio del presidente John F. Kennedy; Martin Luther King tiene un sueño en 1963, que es truncado en 1968 cuando también es asesinado Robert Kennedy; en 1964 Cassius Clay es campeón y se convierte al islamismo, negándose en 1966 a pelear en Vietnam; 1967: hieren en combate al “Ché” Guevara y lo ejecuta un militar boliviano; 1968 junta al “mayo francés”, la “primavera de Praga” y el “2 de octubre” en Tlatelolco; en 1969, parafraseando a Fidel Sánchez Hernández, caminan tranquilamente en la luna y en las veredas hondureñas persiguen población salvadoreña, hasta estallar una “guerrita” por intereses de los poderosos y con muertos de la pobrería; en agosto de 1969 estalla la música rebelde y pacifista en Woodstock...

Cuando ocurrió el primero de esos sucesos, Carlos Francisco Aragón Cabrera no cumplía ocho años; cuando tuvo lugar el último ya tenía dieciocho. Siendo niño, adolescente y joven fue pues testigo –inconsciente y conscientemente– de una intensa historia patria y planetaria. Durante esos diez años también se desataron revoluciones como la “sexual”, en países del “mundo occidental”, y la “cultural” en China; trascendieron fronteras el movimiento “hippie” y el “pacifista”; se realizaron el Concilio Vaticano II y la Conferencia Episcopal Latinoamericana en Medellín; Camilo Torres, el “cura guerrillero” colombiano, murió combatiendo un año después de haber lanzado su “Mensaje a los cristianos” finalizado con una frase que también acá fue consigna incendiaria: “La lucha es larga, ¡comencemos ya!”.

Y el “Tamba” Aragón comenzó luego, luego... Era de esperarse en un ser humano sensible y tocado por Apolo, el dios de las artes. Tengo entendido que fue en 1967, cuando cursaba el prim-er año de bachillerato en el colegio jesuita de los “niños bien” de entonces, cuando con otros alumnos fundaron los “Blue Souls”. Cuenta la leyenda que fue en el centro de aquel añorado San Salvador, tras ver una película de los Beatles en el desaparecido cine bautizado precisamente con el nombre de la mencionada deidad griega, que a él y a un compañero de estudios se les ocurrió dar vida a ese reconocidísimo grupo rockero. Su existencia, duró poco: hasta 1969; pero fue la semilla de lo que un prontamente germinaría y revolucionaría el medio: “La banda del sol”.

¿Cuándo parió “Tamba” la que es considerada quizás su mejor rola? Porque era poeta, además de músico. Eso, para mí, es una incógnita. El caso es que en 1971, “El planeta de los cerdos” fue una de las más exitosas –sino la más– de las incluidas en el disco “Unidad”; este fue, a mi parecer, la mejor producción musical surgida de la genialidad de Willie Maldonado y su sello “Pícaro”. ¿Por qué afirmo esto? Pues por la cuidada calidad como criterio fundamental a la hora de seleccionar el repertorio de la obra dentro del cual, pienso, destacan dos temas.

“Un día después de la guerra”, es uno. Acá hubo una guerra, después de la cual no fluyó mucho amor ni con qué hacer el amor. Nuestro país siguió dividido en varios pares de bandos, entre los cuales destacaban el de la insultante desigualdad entre la minoría siempre privilegiada y sus mayorías populares siempre jodidas; el otro: el de los que hicieron la guerra con las balas antes y, después, con los votos. Por eso hemos vuelto a vivir y sufrir adonde, de nuevo, nos encontramos: en el “planeta de los cerdos”.

Sí, hoy estamos lamentablemente “dominados” por esos “vertebrados” que se disfrazan “con armas y garrotes para poder asustar”. Son quienes persiguen y maltratan a la población pobre; a esas mujeres y esos hombres que van desde la niñez hasta la ancianidad, siendo parte de una hermandad: la del sufrimiento y la angustia que generan la falta de oportunidades; la que, por necesidad, sale a la céntricas calles de las ciudades a vender lo que sea para comer lo que pueda.

Pero esos “cerdos dominadores” saben que “no conviene” que la gente “vaya a despertar”. Por eso nos dan estadios, ahora chinos, para que nos pongamos a jugar y para vernos jugar; también “concursos de belleza” cosmética y tóxica, además del lucerío relumbroso que ilumina espacios diseñados para satisfacer sus codicias y vanidades.

Pero no podrán evitar lo que, visionario y vigente, el querido “Tamba” anunció pasará: el pueblo se cansará “de jugar al ratón” y, tarde o temprano, “la luz del amor” por la justicia y la dignidad lo despertará.