Evidentemente el fracaso nadie lo quiere, por ello los seres humanos, se alejan de decisiones que conducen al fracaso, y los más prácticos e inteligentes no frecuentan a personas que son propensas a fracasar debido a la mala cabeza. No estoy hablando de las malas amistades que invitan a sus amigos a delinquir o a endrogarse, que dicho sea de paso abundan en El Salvador, a lo que me refiero es que una buena parte de los salvadoreños sueñan legítimamente en progresar, tener éxito y vivir bien y este camino se alcanza estudiando sistemáticamente y alejándose de las malas amistades.

También se puede triunfar si una persona tiene cualidades para el comercio y si no es un mal administrador, ya que para ello no necesita mayores estudios académicos, ahora si los tiene aún mejor, dado que sacará el mayor provecho al conocimiento y a las habilidades mercantilistas. Claro que para emprender la buena actitud y el esfuerzo son vitales para alcanzar la meta, ya que una persona no triunfa por tener un título universitario ni tampoco por el solo hecho de tener la habilidad de comerciante, se requiere tener buena actitud y no rendirse jamás, aunque el fracaso sea latente.

De manera que el camino al éxito está pavimentado con piedras de fracaso, con la aplanadora del negativismo y con el asfalto del desánimo, una buen parte de los emprendedores en este camino desisten porque son golpeados con la realidad de falta de recursos, y no logran ejecutar la sinergia necesaria para gestionar fondos. De modo que, para alcanzar el éxito, no se necesita dinero sino ideas y la tenacidad para saberlas vender, esto nos conduce al pensamiento que el triunfo no está asegurado para nadie, pero si se desarrolla el 80% de una buena actitud y un 20% de talento, hay mayor probabilidad de éxito.

De tal suerte que el mejor acto de rebeldía de las personas que nacen en El Salvador, sin ningún privilegio, es estudiar y aprovechar al máximo los talentos y no dilapidar el tiempo. Dios le dio un mandato a Josué para que fuera a conquistar Jericó, le dijo: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en donde quiera que vayas” (Josué 1:9). De hecho, la palabra “esfuerzo” se repite 365 veces en todo lo largo de la Biblia. Entonces el esfuerzo está vinculado a la buena actitud, para no darse por vencido nunca, pero asegúrate que Dios vaya contigo.
Para ilustrar que el fracaso y el éxito son dos caras de una misma moneda, tomaremos de ejemplo de inspiración a Abraham Lincoln, que fue el décimo sexto presidente de Estados Unidos y el primero del partido republicano. Su historia ha demostrado que fracasar no significa el fin, su vida estuvo llena de obstáculos, decepciones y fracasos. Sin embargo, nunca se dio por vencido y nunca tuvo como opción, renunciar a sus sueños. Su dedicación, fe en el Señor Jesucristo, humildad y tenacidad, fueron fundamentales para avanzar por difíciles que eran las circunstancias.

Lincoln fracasó en los negocios a los 31 años, luego fue derrotado a los 32 como candidato para unas elecciones, posteriormente volvió a fracasar en los negocios a los 34 años, como si esto fuera poco cargo con la la muerte de la mujer que amaba a los 35 años, esto le provocó un colapso nervioso a los 36 años que lo desbalanceó, pero no lo desanimó y fue así que compitió nuevamente en las elecciones a los 38 años y perdió irremediablemente, no desanimado con ello a los 43 años, volvió a competir para ser elegido congresista a los 43 años y volvió a perder.

Pero no se desanimó encontrando fuerzas de flaqueza volvió a inscribir su candidatura congresional, a los 46 años y cuando creyó que ganaría, sucedió lo impensable, volvió a perder, pero tenía claro que el éxito no se alcanza por suerte sino por tenacidad. Así que no se rindió e inscribió tres veces más la candidatura incluyendo la candidatura de vicepresidente, pero también fue derrotado, a pesar de la lista de fracasos, nunca lo tomó como tal, sino como una oportunidad de continuar superándose. Fue así que Lincoln lanzó su candidatura a presidente de los Estados Unidos a los 60 años y finalmente ganó.

Si, Lincoln, tras su primera derrota, la cual fue no haber ganado las elecciones al senado, hubiera desistido de sus sueños; hoy en día haría parte de esa larga lista de fracasados. Y no sería parte de las historias de éxito después del fracaso.