Nadie tiene la certeza de la fecha de nacimiento de Jesús, pero desde mediados del siglo IV simbólicamente los cristianos lo celebramos cada 25 de diciembre, exactamente nueve meses después de la Anunciación. Fecha exacta o no el mundo cristiano se regocija y llena de fortaleza espiritual la conmemoración.
La navidad tiene diferentes connotaciones, desde la profunda inspiración cristiana hasta la fortaleza de la unión familiar, así como el paganismo estoico de quienes la consideran una fecha más en el calendario gregoriano. La navidad o es una fecha extremadamente espiritual o es una época propicia para estimular el consumismo y bajo esa categoría la diversión.
Yo creo que idealmente la navidad debería ser motivo de regocijo espiritual extendido al buen ambiente familiar, donde el amor y la sana convivencia deben prevalecer. La navidad es propicia para darnos cuenta que la familia es, de cada uno de nosotros, el bastión que nos permite ser felices y mejores personas. Es en el seno familiar donde cultivamos valores y donde forjamos nuestro carácter. La familia, convertida en un templo, es el sitio donde se idealiza la fe y donde conocemos a Jesús, lo cual marca nuestra esencia de ser humano.
En muchos hogares hay reuniones familiares, intercambio de regalos especialmente para los niños, deseos positivos para nuestros vecinos y amigos y buenas acciones. Se vive un ambiente de luces y de compartimiento y afloran los buenos sentimientos. En el mundo del consumismo y la diversión las tiendas se llenan de consumidores, las tarjetas de crédito se “topan” y las fiestas abarrotan el ambiente.
El nacimiento de Jesús, después de su muerte y resurrección, son los dos acontecimientos que a los cristianos nos fortalecen para tener la convicción que Nuestro Señor Jesucristo, siendo el hijo primogénito de Dios Padre vino a la tierra para con su sacrificio lavar los pecados de la humanidad y con su mensaje enseñarnos el camino de la verdad hacia la vida eterna.
Y Jesús, el verdadero rey de reyes, siendo el hijo del Todopoderoso, nació pobre, en un pesebre en Belén. Pudo haber nacido en un palacio, en cuna de oro y rodeado de los mejores médicos de la época, pero nació del vientre de María, la santa mujer escogida para dar cumplimiento a la profecía universal.
Nuestro Señor Jesucristo, creció en la humildad, con su padre putativo José, el carpintero que le enseño su sagrado oficio y que seguramente fue su protector y primer consejero. Jesús con su humildad, nos dio a través de su mensaje la guía para vivir y enrumbarnos por el camino hacia la salvación eterna. Su muerte y resurrección fue la más ferviente prueba de que él era el hijo de Dios. Su anunciada venida es la esperanza de la vida.
En esta navidad debemos reflexionar sobre la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Desde su nacimiento y su muerte y posterior resurrección, pasando por su prédica pletórica de verdades y enseñanzas. La bondad, el bien común y el amor al prójimo son los valores de la vida en que se centra el mensaje cristiano. Jesús hizo promesas que los cristianos creemos fielmente y que basan nuestra convicción de fe.
Jesús es amor y esperanza. Seguir su mensaje y actuar siguiendo sus consejos es el camino directo hacia Él. Jesús mismo nos hizo una gran aseveración y una gran promesa resumida en su frase: “Yo soy la resurrección y la vida: El que cree en mí, aunque esté muerto revivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”. El que tiene fe que oiga.
Jesús nos enseñó que el Reino de los Cielos es para todos. Nadie con fe y amor al prójimo queda fuera de su promesa, pues él, siendo el más poderoso y único dueño del universo fue el más humilde dador de amor y verdad. Con su sangre lavo nuestros pecados, con su mensajes dio la guía para la salvación y nos dio fortaleza espiritual para vivir. Nos dio y fortaleció la fe.
Por fe y amor a Nuestro Señor Jesucristo los cristianos celebramos su nacimiento de manera simbólica cada 25 de diciembre. Y lo celebramos conforme a una de sus enseñanzas, el amor al prójimo, compartiendo sanamente con nuestros semejantes, especialmente con nuestra familia.
Hay que celebrar espiritualmente y de manera mundana siguiendo las buenas formas y costumbres. Los regalos, el arreglo del nacimiento, la cena familiar, el viaje turístico y todo lo que sea buena convivencia, si podemos, hay que disfrutarlo sanamente, sin olvidar que conmemoramos el nacimiento de Jesús, Nuestro Señor santificado. ¡Feliz navidad!
Jaime Ulises Marinero es periodista