Los gobiernos de izquierda siempre me causan gran expectativa, aunque ya sabemos en qué termina todo y cuál es el manual que siguen, pero por alguna razón desconocida siempre hacen nacer en mí algo que podría semejarse a la esperanza. Gustavo Petro no ha sido la excepción.

Pese a su pasado manchado de odio, terrorismo, guerra y sangre, espero que pueda ser un gobierno de izquierda democrático en lo político y progresista en lo económico, aunque va a estar muy difícil ya que pocas sociedades son tan complicadas como la colombiana. Encarrilar tan disímiles intereses en un solo canal y hacia una meta en común es casi imposible.

Por otra parte, los gobiernos de izquierda o populistas en las últimas dos décadas han sido terribles: Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Luis Inazio Lula da Silva, Dilma Rousseff, Daniel Ortega, Nicolás Maduro, Andrés Manuel López Obrador y nuestros Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén. Ninguno de ellos hizo un cambio en sus países que fuera plausible de tal forma que el progreso fuera evidente e innegable.

En Venezuela, se despilfarraron las ganancias del petróleo pese a haberlo estatizado y, en Bolivia, aun cuando cuenta con un yacimiento de gas natural inmenso y otras riquezas naturales que lo ponen en los primeros puestos del planeta (hierro, plata, litio, etcétera), no deja de ser un país pobre, en vías de desarrollo.

Algo hay que decir sobre Gustavo Petro: el camino que ha recorrido no ha sido sencillo, y su perseverancia y fe en el sistema democrático es loable.

Las FARC, en los años 80, decidieron formar un brazo político, la Unión Patriótica, y leyendo un poco sobre dicho partido, me he quedado asombrado del genocidio continuo contra los miembros de esa organización de izquierda: más de cinco mil miembros asesinados desde los 80. ¿Cómo es posible mantener la confianza en la democracia en un ambiente así?

Petro perteneció a la filas del M-19 y fue fundador del partido en que se constituiría la exguerrilla Movimiento 19 de Abril. Luego pasaría a otro partido, el Polo Democrático Alternativo, por el cual fue senador, posteriormente fundó el Movimiento Progresista que pasaría a llamarse Colombia Humana con el cual, al fin, llegó a la presidencia.Fue alcalde de Bogotá, pero con una maniobra algo oscura fue destituido, aunque después fuera restituido en su cargo luego de una tremenda batalla legal que incluso llegó hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

El presidente de Colombia sin duda alguna tiene una vocación democrática que ya ha sido puesta a prueba y ojalá no se olvide de ello: no destruir el sistema. Este consiste en las libertades individuales, en la libre competencia, en la mínima intervención estatal en las cuestiones privadas, pero en una supervisión efectiva y encargado de la justicia social en sus diferentes expresiones. Y sin olvidar el respeto a la institucionalidad, que las entidades funcionen de forma autónoma, si bien interrelacionadas, pero no intervenidas por un dictador con aspiraciones a todopoderoso.

La esperanza que a mí en lo personal me hacen surgir los nuevos gobiernos de izquierda es que puedan poner énfasis en esa justicia social que para mí consiste en una lista larga de actividades que tiendan a proteger a los más desposeídos, a defenderlos, promover su educación y crecimiento. Esto implica una administración de justicia laboral en la forma más amplia: que se respeten sus derechos, que tengan acceso a la solución preventiva en sede administrativa de conflictos individuales de trabajo, y que los tribunales de justicia de trabajo funcionen bien y de forma expedita. Acceso a educación de calidad, a salud preventiva y curativa, capacitación y financiamiento para emprendedores, desde la agricultura hasta la tecnología; fomentar el cooperativismo, impulsar las Mipymes, en fin, todo aquello que cubra las necesidades de la gente pobre, pero no con base a dádivas, limosnas, subsidios.

Pese a todos los locos de izquierda que han surgido demagogos, corruptos, arbitrarios y hasta dictadores, no deja de darme un poco de esperanza que, al fin, surja un líder que sea consecuente con su pensamiento y actúe conforme a él, sin pasar en pleitos con la empresa privada y con los medios de comunicación. Veremos qué sucede.