El Mundo ya explicó muy en detalle el origen de ese curioso nombre que identifica a una vulgar pandilla de criminales sin control, que ya traspasó las fronteras territoriales para internacionalizarse y asentarse en determinados países del continente, incluyendo a los Estados Unidos de América.
Hace algunos años, me llamó la atención que las maras salvadoreñas y hondureñas no se hubiesen extendido a Nicaragua, y un amigo nica me explicó con cierta sonrisa de complicidad “Es que aquí no vienen, porque aquí desaparecen, y ellos lo saben”. Y no fue más explícito, no había necesidad. Solo acotó para finalizar la conversación: recuerda que el primer deber de un gobernante es proteger a sus ciudadanos y garantizarles su seguridad.
En medio de la hambruna e inseguridad desatada en Venezuela, desde el mismo inicio del gobierno de Hugo Chávez, y luego profundizado por Nicolás Maduro, el dejar actuar libremente a los tradicionales delincuentes de todo tipo, fue una política de estado. Ellos consideraban que la delincuencia era un producto de una sociedad capitalista y burguesa, en consecuencia había que reparar la injusticia y dejarlos actuar libremente para saldar esa deuda social, que arrastraba Venezuela, y mantener temerosos a la “burguesía”, a quienes despreciaban, aún por exteriorizar formas educadas de convivencia.
De modo que los delincuentes (no los de cuello blanco) fueron “reeducados” para direccionarlos hacia el combate social, darles sentido al resentimiento que pudiere culminar en el paraíso socialista; más en esencia, como fuerza de choque irregular pero direccionada hacia el combate civil. Llegar allí, enfrentar y reprimir donde no fuere conveniente la presencia de uniformados policiales o militares. Todo muy bien diseñado, entrenado y dirigido para el mal, la contención y eliminación; una especie de “tonton macoute” motorizados, pero con la misma violencia y objetivos que diseñó Papa Doc, en su momento en Haití.
El caso es que esta estrategia se les escapó hasta cierto punto, de las manos, y llegaron a someter territorios en las ciudades, y ocupar instalaciones policiales, incapaces de neutralizar el asalto de las pandillas, armados con armas automáticas, que ellos mismos no poseían. Se llegó al punto que tuvieron que enfrentarlos con el ejército y negociar con ellos. Así que crearon las “zonas de paz” o territorios urbanos, donde las pandillas se abstienen de señorear en ellas, a cambio de no perseguirlos y mantenerlos provistos de armas. Eso fue en Caracas, la ciudad capital y en las principales ciudades de Venezuela.
En los primeros años del gobierno de Chávez, cuando ya había decidido convertir el país en una colonia de Cuba, crearon el Frente Francisco Miranda, no la Misión Miranda, que tenía o tiene otro alcance. Este Frente tuvo como objetivo entrenar jóvenes venezolanos en inteligencia y contrainteligencia. Cursos de 45 días continuos que dirigen los comandos de élite las “Avispas Negras” cubanos, expertos en la lucha armada regular e irregular. Llegaban en avión desde Venezuela y desde La Habana eran trasladados a las instalaciones del litoral de Jaimanitas, no lejos de la ciudad capital.
No solo cursos apresurados de inteligencia y contrainteligencia, sino de lucha irregular urbana, listos para contraatacar en sus motocicletas y sus mañas, a la población civil concentrada para manifestar o reclamar sus derechos constitucionales. Son efectivos, iban allí, donde no era conveniente la presencia policial uniformada. Esa es su misión. Por supuesto su vocación delictiva tenía bandera blanca, mientras cumplieran su macabro mandato.
Cuando la migración venezolana se trasladó a países de la región como Chile, Colombia, Perú, Ecuador e incluso a los Estados Unidos, y sus gobernantes manifestaron su rechazo al régimen venezolano, allí fueron enviados los motorizados del régimen, los trenes venezolanos, como el de Aragua, para desestabilizar y molestar al país y sus gobernantes. Fue y es una invasión irregular diseñada y preparada para desestabilizar el país que acogía a refugiados venezolanos, quienes normalmente se reagrupan y organizan para mantener viva la llama de la lucha por la democracia y los derechos humanos, en el país receptor.
Chile ha sido uno de los países más afectados, allí circulan envalentonados, fuera de ley, enfrentan al gobierno, a su presidente, toman las calles, asesinan, y dejan atónita una ciudadanía no acostumbrada a los embates delincuenciales caribeños. Seguido por los mismísimos Estados Unidos, donde señorean desde Miami a Texas. A El Salvador, a pesar del odio que siente Maduro y su entorno por el presidente Bukele, no se atreven a ir. Saben cómo y dónde terminaron las maras, con sus crímenes horrendos y sus tatuajes a cuestas, pero hay que tener cuidado. Hay muchas formas de hacer daño, sin andar en motos.