Este jueves pasado asesinaron a cuatro personas en el parqueo de un edificio de uno de los bulevares más concurridos de la capital. Este jueves se confirmó que Honduras está en caída libre en todos los sentidos.

Los muertos no eran personas por las cuales los titulares no dicen nada. Esta vez tocaron al expresidente Porfirio Lobo Sosa y al exjefe de las Fuerzas Armadas, Romero Vásquez Velásquez. Un hijo y un sobrino, respectivamente. Viendo lo que ha sucedido en México, no me cabe duda que Honduras ya llegó, el destino nos alcanzó, y somos una sucursal mexicana de la violencia. En todo.

No se ve muy a menudo un despliegue táctico tan meticulosamente organizado, con tantos elementos humanos y recursos materiales (armas de grueso calibre) en un lugar tan céntrico de la ciudad, para matar a personas relacionadas a las altas esferas del poder. Realmente, muy raro. Pero se dio.
Esa bofetada a la élite gobernante. Si les pasa eso a ellos, qué no le pasará a la gente ordinaria.
Es muy cómodo pensar qué motivos son los que llevaron a esa gente a cometer este delito tan grave, con tantas cámaras de vigilancia tomándoles video, de hecho, ya hay dos capturados en menos de 24 horas, y pensar en que no les importó.

Porfirio “Pepe” Lobo Sosa (2010 – 2014), al igual que el preso, Juan Orlando Hernández (2014 – 2022) y José Manuel “Mel” Zelaya (2006 – 200), todos han sido mencionados por testigos protegidos en las cortes de justicia de Nueva York, como directamente involucrados en el narcotráfico, y la verdad es que se ha notado en el país el incremento de la violencia esos 16 años, una violencia con todas las características del crimen organizado.

En 2010 Honduras llegó a ser uno de los primeros países más violentos del planeta, y la capital industrial, San Pedro Sula, dentro de los primeros tres. Tan pequeño el país y tan lleno de armas, de odio, pero no era de extrañarse: un país carretera del narcotráfico colombianao – mexicano, tanto para llevar droga, como para traer dinero empolvado. Y eso que el máximo capo, mano derecha de Pablo Escobar Gaviria, Ramón Mata Ballesteros, ya tenía 21 años de haber caído preso, en un secuestro insultante, pero efectivo, sucedido en 1989.

Honduras es un país en el cual las instituciones se someten sumisamente al crimen, pero en estos gobiernos mencionados llegó al límite: varios contratos para obras de infraestructura fueron concedidos al cártel de Los Cachiros, los hermanos Rivera Maradiaga, ahora extraditados. Eran proveedores del Estado.

Pero, ¿por qué matar a estos muchachos que ni siquiera alcanzaban los 25 años? No se sabe.
La gente es abusiva, bien decía alguien que terrible el día en que cada “penco” (persona vulgar sin educación y maneras toscas) tuviera el acceso a medios para expresar lo que se le ocurriera. Hoy unos dicen que este asesinato salió de la Policía, otros que de las Fuerzas Armadas, otros de la misma casa presidencia, y también quienes dicen que es asunto de drogas. La gente es tonta y ocurrente.
Se llevan contabilizadas 60 masacres en lo que va del año. Tierra, venganzas familiares, celos, despecho, etc., de todo hay, pero pocos resultados en las investigaciones.

Esos muchachos venían de disfrutar en una discoteca en el edifico Morazán, en el bulevar que también lleva el nombre del célebre prócer que tanto amó a El Salvador. Estaban pagando el parqueo cuando una Amarok se estacionó intempestivamente frente a la salida, se bajaron 5 o 6 sujetos con indumentaria de la Fuerza Nacional Antimaras y Pandillas, y se dirigieron hacia el carro de los jóvenes. Con movimientos torpes los bajaron y, sin mucha pericia, los encañonaron. Un pobre muchacho se acercó a reclamarles, definitivamente no era su día, y también lo mataron. Cuatro fueron los muertos, uno más de los casi 65 mil muertos que van en los últimos 22 años en el país por la violencia.

No quiero pensar que esta vorágine es parte del discurso chavista que lleva siempre, indefectiblemente, a exigir una constituyente y la reelección indefinida. Lo cierto es que Honduras está en picada, y no hay más que huir.