¿Realmente el gobierno de Iris Xiomara Castro Sarmiento podría transmutar en una dictadura al estilo Ortega Murillo?

Muchas veces he comentado que acá, en Honduras, yo he encontrado una segunda patria, tan idéntica a mi cuna natal, mi amado El Salvador, que me siento en casa. Vine el 27 de junio de 2007 y nunca me he sentido extranjero. Sin mencionar la enorme, así, la enorme cantidad de hermanos hondureños que me han dado su mano fraternal, incluso más allá de lo que es la solidaridad. Son en verdad mi gente.

Haciendo un pequeño paréntesis, acá existe una entidad no gubernamental la cual, durante muchos años, solo era un adorno, me refirieron al Consejo Nacional Anticorrupción, y no fue sino hasta que llegó una valiente mujer, Gabriela Castellanos, que ha tomado relevancia e incidencia. En su portal web tienen una PPT en la cual despliegan todos los actos de corrupción más grande de la historia de este país. Uno, después de verlo, no entiende como esta pequeña nación mundial siga en pie: la han saqueado toda su historia.

Hoy en día estamos siendo gobernados de una forma tan rara, tan extraña, que incluso no hay cómo definirlo, ni siquiera encajarlo si es un proyecto populista, de izquierda, antiimperialista, antiyanki, prorruso, chavista, no se sabe. Es un caos total.

Las tomas de calles y carreteras están día a día, las extorsiones al transporte público se han desatado (a pesar de que ya llevamos cuatro meses de un estado de excepción gallo gallina); los feminicidios son ya una masacre: al menos tres mujeres son asesinadas a diario. El país ya no solo sirve de paso: hoy en día abundan los cultivos y laboratorios de drogas. ¡Increíble!

Existe una horda de vándalos llamados “colectivos”. Estos tipos, la inmensa mayoría hombres, en moto, encapuchados, con garrotes (no van con armas de fuego) llegan a escuelas, centros de salud e instituciones regionales de la Secretaría de Educación, a tomárselas a la brava, cerrar el acceso de cualquier persona, las cierran, las tomas, y no dejan entrar a nadie. ¿Por qué? Para exigir que les den trabajo.

Son como las camisas pardas o las camisas negras de los nazistas o fascistas, respectivamente. Dan terror, ¿y saben qué?, ni la Policía Nacional, ni la Policía Militar del Orden Público, ni los policías municipales hacen nada. Y todo es porque el verdadero poder detrás del trono es el defenestrado José Manuel Zelaya Rosales.

Su esposa, la Presidenta, no manda, no gobierna. Ella llegó allí porque él la puso. El partido Libre, una organización surgida del golpe de Estado de 2009, fue conformada por varias gremiales de trabajadores (y con los políticos que salieron huyendo por termo a que fueran metidos presos -lo cual nunca sucedió-), pero con el tiempo, con la agilidad de un político de albañal, Zelaya se apoderó del partido y, ahora, es el que manda, dirige, coordina, y nadie le dice nada a pesar de su adicción a la manipulación.

Honduras no va en el camino de Nicaragua, es decir, no tiene la inteligencia macabra de Rosario Murillo. No está cerrando espacios a la democracia, o sea, dominando los poderes de Estado, cerrando medios de comunicación, universidades, centros de pensamiento, etc. Y mucho menos asesores como los del presidente Nayib Bukele.

Zelaya Rosales es hijo de un millonario hacendado (con un par de antecedentes penales) caprichoso, con despampanantes deseos de poder, pero demasiado torpe para seguir un manual, pero lo cierto es que Honduras es un caos terrible y, propiciado por el líder, no hay día que no se escuchen las excusas en boca de todos los ministros: los años de narcodictadura, de corrupción, de los partidos tradicionales, como si con esa repetición de excusas se fuera a convencer la gente de que el populismo latinoamericano que está de moda, en verdad, no es la causa de tantos gobiernos desastrosos en la región.

No, Honduras está lejos de convertirse en una Nicaragua, pero sí que actualmente es un dolor de cabeza vivir aquí.