Era la noche temprana en aquella Navidad del 72. La finca La Gloria y los Rosales se preparaban para disfrutarla y recibirla. Esporádicos sonidos de los quemadores de pólvora, que no podían esperar para comenzar la fiesta, se escuchaban a lo lejos. En aquellos días, los “cuetes”, como comúnmente se les llamaba a los fuegos artificiales, eran un símbolo de alegría, fiesta y estatus social. Recuerdo siempre comparar el número de “bolsas de cuetes” de nuestra casa con las de mis primos y vecinos, así como al día siguiente también comparar la cantidad de basura, producto de la quema de pólvora, al frente de cada casa. A mayor cantidad de restos de pólvora, mayor orgullo; era un símbolo de un año productivo.



Los niños reventando cuetes y los “grandes” bebiendo alcohol: ese era el espíritu navideño de los 70. Bueno, tampoco creo que haya cambiado mucho cincuenta años más tarde. Las tradiciones navideñas han perdurado en el tiempo, adaptándose, pero manteniendo su esencia.

Fue el cristianismo y la población gachupina que nos invadió hace más de 500 años quienes, además de enfermedades virales y bacterianas, trajeron el uso de la pólvora o fuegos artificiales en las fiestas religiosas. En El Salvador, junto con los otros dos países del triángulo norte, la quema de fuegos artificiales y otros artefactos pirotécnicos es común durante las celebraciones de la medianoche del 24 y 31 de diciembre.



Sin embargo, no todo es celebración en estas festividades. En diciembre de 2021, el Ministerio de Salud reportó 305 casos de personas quemadas en El Salvador, de los cuales 114 eran menores de 18 años. Esta tendencia ha sido preocupante a lo largo de los años; por ejemplo, en 2004, el 70% de los quemados eran niños, muchos de los cuales sufrieron lesiones graves que resultaron en amputaciones o daños permanentes.

Los datos sobre lesiones por pólvora son alarmantes. De los países centroamericanos donde el uso de la pólvora es prevalente, El Salvador reporta el mayor número de lesionados, casi cinco veces más que Guatemala y 17 veces más que Honduras. Las lesiones más comunes incluyen quemaduras (de primer, segundo y hasta tercer grado), lesiones oculares, amputaciones (especialmente de dedos) y lesiones auditivas. A pesar de las campañas para reducir el uso y venta de pólvora, la tradición persiste y sigue causando daños significativos durante las festividades navideñas.

Además del daño físico a las personas, la quema de pólvora también tiene un impacto negativo en la calidad del aire. Se ha documentado un aumento en el material particulado durante la temporada navideña debido a estas prácticas, lo que puede afectar la salud respiratoria de la población. La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) reporta que el material particulado contiene sólidos microscópicos y gotas de líquido tan pequeñas que pueden inhalarse y provocar graves problemas de salud. Las partículas menores a 10 micrómetros de diámetro son las más problemáticas, ya que pueden llegar a la profundidad de los pulmones e incluso alcanzar el torrente sanguíneo.

En El Salvador, el Ministerio de Medio Ambiente reportó niveles de material particulado de menos de 2.5 micrómetros de diámetro, lo que generó contaminación atmosférica a inicios de 2022. Este tipo de contaminación no solo afecta a las personas, sino que también puede agravar condiciones preexistentes como asma y enfermedades cardiovasculares, poniendo en riesgo a aquellos con problemas respiratorios. Además, la quema de pólvora libera toxinas al ambiente, contribuyendo al efecto invernadero y a la lluvia ácida, lo que resalta la necesidad de reconsiderar estas prácticas festivas en beneficio de la salud pública y del medio ambiente.

El Salvador implementa año con año diversas campañas de prevención para reducir los riesgos asociados al uso de pólvora durante las celebraciones navideñas. Cada una de estas campañas tiene un costo significativo, pero no es el único gasto relacionado con el uso de pólvora en esta temporada. Por ejemplo, una quemadura de tercer grado requiere hospitalización, cirugía y rehabilitación, lo que conlleva gastos médicos que pueden sumar miles de dólares. En otros países, como Colombia y México, se han reportado costos que oscilan entre miles y decenas de miles de dólares, dependiendo de la gravedad y extensión de las quemaduras. Un estudio en Colombia menciona costos directos relacionados con tratamientos que podrían ser indicativos del alto costo también en El Salvador.

Además, los costos indirectos, como el tiempo perdido en el trabajo y la necesidad de cuidados adicionales, también deben ser considerados.

Aunque la quema de pólvora es una parte integral de las celebraciones navideñas en El Salvador, sus consecuencias pueden ser devastadoras. Las estadísticas muestran un patrón preocupante de lesiones graves, especialmente entre los niños, lo que resalta la necesidad urgente de reforzar las campañas educativas y regulaciones sobre su uso.