El mito del anillo de Giges, desarrollado en el Libro II de la obra de Platón, denominada “La República” plantea hasta la fecha un dilema moral, surgiendo de ahí las siguientes interrogantes: ¿las personas somos justas por naturaleza? ¿qué haríamos si fuéramos invisibles a la justicia? ¿actuamos correctamente por temor a ser castigados? El anillo de Giges es discutido a través de una conversación entre Sócrates y Glaucón, el hermano de Platón. Ambos filósofos están disertando sobre la noción de justicia y tienen un enfoque distinto en torno a ello.

El gran Sócrates, es de la idea que la justicia es un bien en sí mismo y que las personas justas siempre actuarán correctamente. En cambio, Glaucón sostiene todo lo contrario y asume que la justicia solo es una medida útil para garantizar la igualdad en la sociedad; por lo tanto, cualquiera que tenga la oportunidad cometer injusticias sin ser castigado, lo hará sin dudarlo. El mito del anillo de Giges, se desarrolla con la historia de un humilde pastor griego que servía al rey de Lidia. Un día, este se encontraba pastoreando con su rebaño en el campo y notó que había una grieta en la tierra de varios metros de profundidad.

La cual fue causada por un terremoto, asombrado por lo que acababa de ver, Giges descendió por la grieta recién abierta. Allí encontró, entre otras cosas de valor, un caballo de bronce hueco que tenía en su interior un cadáver de una persona, el cual estaba desnudo y tenía un anillo de oro en uno de sus dedos. Giges lo tomó y se fue, posteriormente, descubrió por casualidad que, si giraba la piedra preciosa del anillo hacia el lado interior del dedo, era capaz de volverse invisible. Analizando tal poder, se hizo incluir entre los pastores que habían de ir a rendir cuentas al rey.

Al llegar a palacio, sedujo a la reina y con su ayuda asesinaron al rey, apoderándose así del trono y todas las riquezas. Así que el mito del anillo de Giges, planteado por Glaucón, argumenta fuertemente que, si todos tuviéramos la oportunidad de cometer actos injustos sin que nadie nos viera y castigue por ello, lo haríamos sin pensarlo. En este caso, podríamos cometer actos atroces, como; abusar de los demás, matar, robar, no rendir cuentas, violar, vender servicios al Estado siendo funcionarios, pagar salarios exorbitantes a través de plazas ad honoren en el Estado, en fin, violar las leyes con toda impunidad. Por esta razón los que están en el poder, buscan esconder a toda costa la información de los actos ilegales que comenten, para no ser censurados por la opinión pública, por ello consideran a la prensa independiente, como sus enemigos, dado que incomodan las investigaciones periodísticas, que desnudan públicamente las arbitrariedades, los abusos de poder, la corrupción. Y ahora todas las injusticias que se han venido cometiendo en el contexto del Régimen de Excepción, donde miles de salvadoreños han ido a parar a una cárcel sin delincuentes, cuyo único crimen es ser pobre o vivir en una zona marginal.

Todos queremos paz en El Salvador, como la que ahora se respira, pero no a costa de encarcelar a ciudadanos inocentes. Muchos de estas personas han sido puestas tras las rejas, por algún mal ciudadano que hizo una llamada anónima o quizás fue detenido por algún mal elemento policial, que estaba urgido por llegar a una cifra, que, dicho sea de paso, ya han muerto alrededor de 220 ciudadanos en manos de las autoridades, algunos de ellos eran pastores evangélicos, que a lo mejor en su juventud pertenecieron a estos grupos criminales, pero fueron alcanzados por el Señor Jesucristo.

Muy a pesar de los múltiples arraigos presentados y las cartas de recomendación de las organizaciones eclesiásticas donde servían, los han mantenido detenidos a subiendas que estas personas no son una amenaza para la sociedad, dado que estaban aportando a sus comunidades para que otros jóvenes abandonaran las pandillas mediante la predicación del evangelio del Señor Jesucristo, cuyo trabajo de rehabilitación debía de hacerse por el Estado, pero a falta de este, las iglesias tanto la Evangélica como la Católica, han trabajado incansablemente, es así como miles de jóvenes abandonaron el camino del crimen. Pero si alguna de estas personas, le debe algo a la justicia, nadie se opone que se procesen y se castiguen legalmente, pero si no tienen una orden de captura, mal hace el Estado en haberlos detenido, ya que con ello desarticulo todo un trabajo de rehabilitación que han hecho las iglesias por décadas. Esperamos que haya una reflexión profunda de parte de las autoridades y vean que los detenidos no son animales sino seres humanos creados a imagen de Dios.