No voy a hablar de la de El Salvador la cual está, de por sí, ya bien erigida y saludable, sino de la que se está conformando en Honduras, pero para eso hay que volver al pasado reciente: cuando José Manuel Zelaya Rosales, conocido como Mel, fue expulsado del poder, el fundamento en que se basaron el poder Judicial y el poder Legislativo para emitir sendas resoluciones contra el entonces mandatario, era el proyecto ilegal de la Cuarta Urna.

El Comandante Vaquero, como le bautizó el finado Hugo Chávez, seguía los dictámenes del nefasto líder venezolano, incluso recibió 100 millones de dólares del dinero del pueblo suramericano (sin haber pedido permiso a nadie), para que llevara adelante dicho proyecto que pretendía la reelección, disfrazándola de constituyente. No solo molestaba la intromisión descarada del régimen tirano de la boina roja (y tanto que se llenaba la boca criticando “el imperialismo yanqui”), sino el descaro y la torpeza con la cual Mel Zelaya llevaba adelante su insana pretensión de copiar el modelo chavista.

Mel Zelaya, siendo fiel a su estilo campechano, informal, irresponsable, tal cual es: un hacendado que manda y ordena a sus caporales y peones, se peleó con todo el mundo, hasta con su partido porque quería imponer la reelección a como diera lugar. Se peleó con la Policía, con las Fuerzas Armadas , y ni se diga con los medios de comunicación y los empresarios. Sus únicos aliados eran los movimientos de trabajadores urbanos a los que tenía embobados con su discurso populista, ya que su situación no mejoró en su período.

Cuando presidentes de otros países han caminado con la idea de reelegirse metida entre ceja y ceja, lo han hecho de forma menos torpe, más sofisticada, siempre inmoral e ilegal, pero astuta, sagaz. Van colocando en las distintas instituciones vitales a tontos útiles y serviles, luego acuden a las salas de lo constitucional y a los respectivos entes electorales. También han utilizado la mejor vía cual es el plebiscito, la menos despreciable de todas esa maniobras, pues huele a aprobación del pueblo, aunque la única vía válida es la constituyente que surge, precisamente, de una consulta popular en la cual la mayoría calificada de los ciudadanos apoye el “sí”. Todas las demás formas y modos son manipulación, amenazas, demagogia burda.

A Mel Zelaya se le ocurrió (con los geniecitos que le hablaban al oído), que para las elecciones generales a disputarse en noviembre de 2009 se pusiera una cuarta urna (aparte de la de presidente, diputados y concejos municipales), en la cual la gente votara por el sí o el no a la constituyente. Esa ocurrencia no estaba respaldada por ninguna ley ni por la Constitución. Era una consulta popular halada de los pelos, a matacaballo, y eso fue la base para los opositores políticos, en los que se encontraban su propio partido, el Liberal. Trataron de hacerlo entrar en razón sobre la total ilegalidad de esa jugada torpe, pero nunca entendió. Diferentes sectores llevaron el reclamo ante la Corte Suprema de Justicia, conformada por magistrados con tintes políticos de los dos partidos mayoritarios, o sea, también de su partido, y votaron que la dichosa Cuarta Urna era ilegal y que debía cancelarse el proyecto.

Al insistir en su calenturiento desenfreno, Mel Zelaya, se metió en las bodegas de las Fuerzas Armadas, apoyado por centenares de sus seguidores, para recuperar las urnas que habían sido decomisadas por el Ejército, cumpliendo la orden del máximo tribunal de justicia. Esa desobediencia flagrante y descarada al mandato judicial, aparte de poner en peligro instalaciones de las Fuerzas Armadas, llevó al pleno del Congreso Nacional a destituirlo como presidente del país y poner en sustitución, tal y como ordena la Carta Magna, al presidente del Legislativo, que en ese tiempo era Roberto Micheletti, lo cual fue refrendado por la Corte Suprema de Justicia quien envió la orden a las Fuerzas Armadas para su cumplimiento.

Por ello es que muchos hablan de sustitución o sucesión constitucional y no de Golpe de Estado.
Mel Zelaya quedó herido, pero no de muerte, y desde el exilio -después ya de nuevo en su tierra- empezó a elaborar su retorno al poder, no para cumplir con las metas de mejorar la situación de los pobres, sino para vengarse. Hoy sí, planifica de mejor manera la reelección presidencial, lo cual está llevando acabo, paso a paso, siempre de forma atropellada e ilegal, pero eso se los contaré en la próxima entrega.