Alex Jones y Steve Bannon son la muestra más evidente y clara del poder de las comunicaciones en esta era de redes sociales. Ha corrido mucha tinta sobre ellos, o mejor dicho, muchos bytes que perfilan su malsano raciocinio, su rocambolesca producción de mentiras, la soberbia desbordada, pero también, lo más preocupante, la existencia de masas con la tara mental de creerse esas mentiras e incluso actuar.

Las redes sociales me encantan por muchísimas cosas, pero sobre todo porque son un laboratorio en el cual observamos a diario cómo el animal humano reacciona a diferentes estímulos, la calidad de éstos y las acciones a los que los llevan.

Alex Jones y Steve Bannon han sido ambos conspiracionistas desbocados, inventando cualquier cantidad de teorías sobre supuestos entramados perversos que, según ellos, atentan contra la libertad de los norteamericanos, contra la democracia, orquestado entre empresarios de izquierda, principalmente judíos, y políticos pedófilos, depravados, que quieren convertir a los Estados Unidos en la nueva Cuba o Venezuela. El chiste se cuenta solo. Pero, ¿cómo es posible que haya gente que les crea?

Tampoco dejan de introducir el ingrediente tan “choteado”, insulso e insultante del racismo, de la intolerancia, para ganar más adeptos. Pero siempre terminan retractándose. La NAACP es fuerte allá, muy fuerte y se respeta.

De esas dos cabezas llenas de basura han surgido movimientos como el de “Alt-Right”, o derecha alternativa, vinculado a otro movimiento: los supremacistas blancos, y hata el misterioso QAnon, y hasta halan hacia su feligresía a los libertarios, aunque éstos no están muy contentos con que se les involucre a semejantes díscolos. Estos son más pensantes y sistematizados en su doctrina aunque ultraconservadora.

El resultado fue que durante la fatídica y tensa administración de Donald Trump, todo esas tropas enloquecidas y fanáticas mantuvieron en zozobra al país, y esparcieron un nuevo derechismo de extrema en el mundo, como una pandemia más, hasta llegar a la locura de tomarse el Capitolio.

Lo que no se entiende es cómo un país con un sistema educativo de primer mundo, instruidos en principios morales y religiosos, con acceso a información amplia sobre la historia y el mundo que nos muestra cómo son las cosas, gente como Bannon y Jones, pudieron tener tantos seguidores ciegos, sordo y vociferantes; gritones escandalosos y peligrosos. Imagínense en países tercermundistas.

Y es que esto es así, el Big Bang de las redes sociales que ha creado un nuevo universo, demuestra que el ser humano cuesta que tenga sus propias convicciones, las cuales deberían haber sido construidas a lo largo de los años con toda la información sistematizada que ha entrado a su mente, y en la medida que va teniendo criterio propio, pulirlas, tornearlas y lograr un carácter personal, difícil de derribar, casi como un muro. Pero no, son como una puerta sin cerradura en la cual el viento, hasta una brisa agradable, las puede abrir y dejarla pasar. Se dejan seducir con facilidad.

Alex Jones, por cierto, acaba de ser condenado a pagar 50 millones de dólares en concepto de indemnización a los padres de familia que perdieron a sus hijos en la matanza de Sandy Hook, en 2012. Llegó a afirmar que había sido un montaje por los que se oponen a la tenencia de armas. En esa masacre, real y cruenta, fueron cobardemente asesinados 20 niños y seis adultos. Aquél aseguraba que eran actores.

La explosión de información y el surgimiento de vociferantes influyentes que arman a la gente con ideas y las mandan a combate, se desarrolló en una época en que la humanidad aún era muy ignorante, inmadura y algo tonta.

No recibieron la “capacitación” para corroborar y cotejar información con otras fuentes. Solo salen corriendo, como zancudos portadores del “aedi aegyptus”, a esparcirla por todos lados dándoles calidad de certeza irrefutable. Son dóciles instrumentos de la mentira y la falsedad.

De la misma forma, en otras situaciones, caen presa con sumisión ridícula: fraudes bancarios, rifas inexistentes, retos virales, extorsiones sexuales, y la lista continua. ¿Qué hacer ante esta realidad? Lo principal es no cejar en la educación masiva sobre este tema, porque las consecuencias son peligrosas.