William Shakespeare, llamó a la envidia como “la enfermedad verde.” Francis Bacon, dijo que la envidia “es el gusano roedor del mérito y de la gloria, por tanto, no tiene días feriados” Horacio declaró que “los tiranos nunca han inventado un mayor tormento”. Barrie dijo que la envidia “es el más corrosivo de los vicios.” Wallace Stevens, dijo: “Cuanto el hombre abandona la envidia empieza a prepararse para entrar en el camino de la dicha” Richard Brinsley Sheridan se refería a ella en su obra El Crítico: “no hay pasión tan fuertemente arraigada en el corazón humano como la envidia.”

La Biblia establece lo siguiente: ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. (Santiago 4:1-3). De modo que la envidia es una consciencia adolorida y resentida de las personas débiles de mente, que ven a otros con una ventaja mayor que la de ellos, acompañado de un fuerte deseo de poseer la misma ventaja.

En otras palabras, las personas que le dan cabida al sentimiento de envidia, quieren tener a toda costa y sin mayor esfuerzo lo que otros poseen. A diferencia de las personas celosas, estas quieren poseer lo que ya tienen. Por tanto, los celos son crueles y grotescos. La envidia es ladina y sutil. Los celos se aferran y sofocan. En cambio, la envidia siempre está extendiendo las manos, añorando, entrecerrando los ojos, pensando y diciendo insinuaciones siniestras como: quiero y anhelo lo que otros tienen. De manera que la envidia tiene oídos de tísico y es capaz percibir a la distancia el éxito de otros.

Ante este escenario, es fundamental mantenerse prudente, por ello no se debe alardear de los éxitos en las redes sociales como algunas personas tienen por costumbre, de tal suerte que buscan incansablemente la aprobación por medio de likes, como un adicto busca la droga, que suben hasta fotografías de los bocadillos que consumen o los restaurantes que visitan. Tampoco es conveniente andar comentando con ciertas personas que se denominan amigos o amigas, sobre los triunfos o las adquisiciones, ni sobre las credenciales académicas si las hay, dado que la envidia viaja a la velocidad de la luz.

Lo cual me recuerda aquella historia sobre aquel rey de una tierra muy lejana que quiso saber qué era peor si la envidia o la tacañería. De modo que para averiguar la respuesta a este interrogante ordenó que le llevaran al palacio al hombre más envidioso y al más tacaño de todo el reino. Cuando finalmente los tuvo frente a frente les dijo: “Cada uno de ustedes, pida lo que quiera. Pero le daré el doble al otro”. Evidentemente el tacaño se sintió muy incómodo, sabía que al pedir algo, también estaría dando algo. Al envidioso le pasó algo similar. Entonces el tacaño suspiró y dijo que no deseaba nada dado que el tacaño pensó que, si no le daban nada a él, tampoco le darían al otro.

Luego llegó el turno del envidioso y este dijo: “deseo que me saquen un ojo” con el objetivo que el tacaño perdiera los dos ojos. ¿Cuál es la moraleja que nos deja esta historia? Una persona envidiosa está dispuesta a sufrir y revolcarse del dolor, si con ello logra que la otra persona sufra más. En consecuencia, una persona que tiene envidia, no se detiene ante nada, y está dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias con tal de ver a la persona que envidia destruida y en la miseria.

En suma, el único que puede transformar a una persona por dentro y por fuera es el Señor Jesucristo, tal como lo dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 10: 4-5; Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo