Mal que nos pese, los tiempos modernos están siendo propicios para todo tipo de vasallaje, el más denigrante sin duda es la de ser esclavo de uno mismo, así como aquel que se impone como obediencia sin autonomía. Las últimas estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), así lo refrendan, haciendo referencia a situaciones de explotación de las que una persona no puede escapar debido a amenazas, violencia, coerción, engaño o abuso de poder. La plaga es tan cruel y verídica que nos está deshumanizando por completo, dejándonos sin corazón y sin conciencia, al menos para poder discernir y no ser instrumentos de lucro, en lugar de ser moradores independientes y responsables.

En efecto, la creciente demanda que alimenta el mercado es tan cruel e inhumano, que debiera llevarnos a hacer un examen de los estilos de vida y de los modelos de comportamiento, particularmente con respecto a la imagen de los miembros más frágiles, que generan lo que se ha convertido en una verdadera industria de la explotación libidinosa en los países desarrollados. De igual modo, en las naciones menos avanzadas, de las que procede la mayoría de las víctimas, también se hace necesario activar mecanismos más eficaces para prevenir tanto la trata de personas como la rehabilitación de sus víctimas. Por desgracia, este tipo de sanguinarios sometimientos se da en casi todos los pueblos del mundo y traspasa todas las líneas étnicas, culturales y religiosas.

Ciertamente, la opresión nos devora, ya no sólo con las formas tradicionales de esclavitud que todavía persisten en sus grafías anteriores, mientras que otros modos y maneras modernas también nos apresan. Unas y otras se enlazan y confluyen, como resultado de una discriminación arraigada contra los grupos más vulnerables de la sociedad, me refiero sobre todo a aquellos ciudadanos considerados de casta inferior. Quizás tengamos que despertar todos, para poder salir de nuestras miserias, diciéndonos a nosotros mismos: fuera los ídolos que nos agobian y fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces, será cuando nuestros propios latidos tomen otra orientación, como la dimensión contemplativa, rehaciéndonos y haciéndonos movilizar con renovadas energías.

Hoy más que nunca hay que estar atentos para evitar propuestas de fango, revestidas de falsedad y corrompidas por don dinero, que aparte de restarnos vuelo, nos somete al yugo de la injusticia. Pongamos, pues, la reacción en marcha; la valentía de la mutación, ya que nos merecemos vivir de otro modo. Huir de las imposiciones dominadoras es lo justo, esta atmósfera ilícita debe revelarnos contra esos individuos sin escrúpulos, porque uno debe ser dueño de su propia existencia. Lamentablemente, mucha gente no puede ni emanciparse, son tan profundas las cadenas que, hasta el amor, ha dejado de ser lo que es, aquel que nos revela la verdad y nos dona la liberación. Olvidamos que este es el camino de la felicidad. La sana voluntad es la que nos hace francos, alegres y radiantes.

Sin embargo, cuando entramos en la lógica de la lucha, de la división entre nosotros, perdemos la humanidad y el espíritu armónico. Seguramente, entonces, tendremos que comenzar la tarea por humanizarnos a nosotros mismos, desenmascarando nuestras hipocresías y nuestros egoísmos, resentimientos y conflictos. A continuación, hemos de hacer una revisión global de la evidencia, comenzando por reparar los riesgos de abuso entre los habitantes que carecen de documentación oficial. En consecuencia, el alejamiento de la esclavitud a la libertad no es una senda abstracta, sino el primer paso para adentrarnos en nosotros y en ver lo que nos circunda. La realidad la hacemos entre todos; por tanto, no neguemos la fraternidad que nos une desde el origen. ¡Respetemos los vínculos!