La política salvadoreña se ha convertido en un burdo teatro donde hay personajes que representan una (mala) obra de ficción. Algunos adoptan papeles donde solo dedican a realizar promesas y declaraciones grandilocuentes para hacerle creer al espectador que su mundo de fantasías es el real. Hay otros que se han tenido que conformar con solo hacer el papel de marionetas o simples macetas.

En ese mundo de ficción ellos narran una historia en la que todos los problemas sociales se han resuelto con un chasquido de dedos, y el público les aplaude y en ocasiones hasta les ovaciona, pensando que esa ficción es la realidad. Pero no, en el mundo real, la pobreza, el hambre y las desigualdades persisten, los bienes y servicios públicos son de baja cobertura y calidad y, las reformas tributarias necesarias para abordarlas siguen sin aparecer.

Mientras estos cuentacuentos políticos siguen adelante con sus discursos de justicia y equidad, la ficción se desvanece cuando uno da una mirada a la forma que se está ejecutando el presupuesto para este año. Más de 43 millones de dólares se han recortado a los hospitales respecto al presupuesto aprobado, y eso que ya era insuficiente. Estos recortes afectan al Hospital Rosales, Benjamín Bloom, de la Mujer, el psiquiátrico, San Bartolo, San Rafel y los de Santa Ana, Sonsonate, Ahuachapán, Chalatenango, San Vicente, Zacatecoluca, Ilobasco, Nueva Guadalupe, Cojutepeque, San Miguel, Cabañas, Chalchuapa, Morazán, Santa Rosa de Lima, Nueva Concepción, Santiago de María, Jiquilisco y Suchitoto.

Mientras tanto, en un monto casi similar han aumentado los recursos destinados a Casa Presidencial, como si en su mundo de fantasía, esto fuera una prioridad lógica. Pero claro, estamos en un año preelectoral donde el personaje principal ha decido asemejarse a lo que otros han hecho en el pasado como Daniel Ortega o Juan Orlando Hernández en la región y buscar la reelección pese a la clara prohibición. Esa es la prioridad, mantener el poder a costa de lo que sea, para asegurarse toda la impunidad, incluso en contra del propio bienestar de la población.

A este enredo se suman la disolución de instituciones como Conmigrantes y los planes para Insaforp e Injuve. Aunque se presenta un escenario de planificación estratégica, la realidad es que la mala gestión de la política fiscal ha llevado a transferir recursos al Ministerio de Hacienda, que lucha por cumplir con sus obligaciones más básicas.

En medio de este “espectáculo” de ficción política, pero donde se ha tenido una perdida significa del poder adquisitivo de las familias, las personas deberían preguntarse ¿Por qué recortar los fondos destinados a la salud en un momento tan crítico? ¿Por qué desaparecer instituciones que ayudaban a sectores vulnerables de la sociedad? ¿Por qué aumentar los recursos en Casa Presidencial en un año electoral a costa de recortes en otras áreas?

Quizás la respuesta está en el género de esta narrativa: la ficción política. Los recortes a la salud y los aumentos en Casa Presidencial revelan una brecha profunda entre el discurso político y la realidad que enfrenta la población. Las promesas políticas se convierten en capítulos vacíos, mientras que la retórica de la austeridad y la eficiencia económica se mantiene como un telón de fondo de papel mojado.

Es hora de que la audiencia, es decir, la ciudadanía, levante la voz y haga preguntas. ¿Por qué estas decisiones? ¿Dónde está la transparencia en la asignación de recursos públicos? ¿Cómo se puede garantizar que las necesidades reales de la población se reflejen en el presupuesto?

Y sobre todo, preguntarse porqué no se ha hecho ninguna reforma tributaria justa. ¿Po qué se permite que las personas más pobres sigan pagando proporcionalmente más impuestos? ¿Por qué se siguen extendiendo los privilegios para que unos pocos ni quisiera paguen impuestos?

En lugar de una ficción política, la población merece respuestas concretas a sus problemas. Esto implica una política fiscal coherente con las aspiraciones de desarrollo, derechos y democracia. En última instancia, como en una mala obra de teatro, cuando el público deja de aplaudir y asistir, las funciones de la ficción política se acaban.