Medicina, economía y futurología son profesiones distintas. El público reconoce con claridad la diferencia entre el área de especialización de un médico y un economista, pero sus expectativas en cuanto a su trabajo son diferentes. Un paciente sabe que, al enfrentar un problema de salud, lo primero que hará el médico será un diagnóstico, seguido de un plan de tratamiento, más que un pronóstico sobre la evolución futura de su enfermedad. Aunque el diagnóstico permita anticipar un posible desenlace, salvo que el problema sea trivial (por ejemplo, un virus pasajero) o demasiado grave, el médico suele ser reservado en sus predicciones.

La relación del público con los economistas, en cambio, es muy distinta. Ante un fenómeno de impacto económico, las personas no buscan tanto una explicación (diagnóstico) ni un plan de acción, sino que esperan que los economistas —convertidos en una suerte de alquimistas modernos— predigan sus consecuencias, ya sea a nivel mundial, nacional, sectorial o incluso en unidades más simples como empresas y hogares. Con información limitada para satisfacer esa expectativa, la mayoría de los colegas recurre a la célebre palabra “depende” antes de emitir sus pronósticos, con la esperanza de que, si los resultados difieren de lo anticipado, la responsabilidad recaiga en los supuestos utilizados y no en la calidad de su análisis.

Debo confesar que, desde que el presidente Trump anunció la imposición de aranceles a todos los países —con tasas más elevadas para aquellos con los que Estados Unidos registra mayores déficits comerciales—, casi no hay reunión familiar, laboral o social en la que no me pidan mi opinión sobre las implicaciones de la guerra comercial en marcha.

Resistiéndome a iniciar mis respuestas con un “depende”, he preferido recurrir a mi experiencia como docente para desagregar, de forma didáctica, los principales efectos que típicamente genera un aumento de aranceles. Estos, en esencia, son cinco: aumento de precios, desviación de comercio, sustitución de importaciones, cambios en la recaudación tributaria, y alteraciones en los flujos de inversión, empleo y crecimiento económico.

Aumento de precios. Cuando un país incrementa sus aranceles, los precios de las mercancías afectadas tienden a subir automáticamente en el mercado local. La magnitud de este efecto depende del porcentaje de arancel aplicado, del peso de las importaciones afectadas dentro del PIB y de la capacidad inmediata de sustituir esas importaciones por producción local. Cuanto mayor sea el arancel y el peso relativo de las importaciones en la economía, mayor será el impacto inflacionario. En contraste, si existe una sólida capacidad de sustitución doméstica, el efecto sobre los precios será menor.

Desviación de comercio. El aumento de aranceles aplicados por Trump no es uniforme entre los socios comerciales de Estados Unidos, y muchos países han respondido incrementando sus propios aranceles contra bienes estadounidenses. Como resultado, los flujos de comercio bilateral con Estados Unidos tenderán a disminuir, mientras que los intercambios entre terceros países —que no eleven sus barreras comerciales entre sí— podrían incrementarse. Es decir, el comercio global no necesariamente se contraerá de forma uniforme: se reconfigurará geográficamente, desviándose hacia rutas donde los costos arancelarios sean menores.

Sustitución de importaciones. Una de las principales apuestas de Trump es que el encarecimiento de productos importados estimule la competitividad de la industria local, desplazando las importaciones por producción nacional. Esta estrategia explica la disposición a aplicar aranceles diferenciados: proteger sectores estratégicos, especialmente aquellos que dependen de bienes intermedios o de capital esenciales para la producción interna.

Cambios en la recaudación tributaria. Un aumento en los aranceles incrementa automáticamente el peso de estos impuestos en la estructura tributaria. Si el alza arancelaria no provoca una recesión, puede traducirse en mayores ingresos fiscales, ofreciendo al Estado una oportunidad para reducir el déficit fiscal o aumentar la inversión pública. No obstante, si la guerra comercial genera contracciones en el comercio global o en el consumo interno, el efecto puede ser contrario, erosionando la base tributaria.

Cambios en la inversión, el empleo y el crecimiento económico. Trump aspira a que el encarecimiento de importaciones y la expectativa de un mercado interno más protegido atraigan inversiones hacia Estados Unidos. De lograrse, este movimiento reforzaría tanto la sustitución de importaciones como la capacidad exportadora, impulsando la creación de empleo y el crecimiento económico. Sin embargo, esta estrategia enfrenta riesgos: mayores costos de insumos importados pueden afectar negativamente a industrias dependientes de cadenas de suministro globales, limitando los beneficios esperados.

Ahora bien, el problema fundamental es que ninguno de estos efectos depende únicamente de las acciones emprendidas por la administración Trump. La dinámica de la guerra comercial está determinada por la interacción de múltiples actores en un escenario global complejo. Como enseña la teoría de juegos, los costos y beneficios no son fijos: dependen de las estrategias adoptadas por otros jugadores.

En consecuencia, el desenlace final “dependerá” —y mucho— de cómo reaccionen los principales socios comerciales de Estados Unidos, de la solidez de las economías involucradas, de la capacidad de adaptación de las empresas y consumidores, y de la evolución de factores geopolíticos que hoy resultan difíciles de prever.

En definitiva, en una guerra comercial, como en toda guerra, es más fácil identificar a los primeros perdedores que a los eventuales ganadores.

Ignorar la complejidad de estos factores sería un grave error para un país como El Salvador. La guerra comercial no perdona a los desprevenidos. Salir adelante exige visión estratégica: identificar nuevas oportunidades, proteger los sectores más vulnerables y diseñar políticas que refuercen la competitividad y la resiliencia económica. Solo los países que piensen y actúen rápido lograrán convertir la crisis en una plataforma de crecimiento.

• William Pleités, director de FLACSO El Salvador