Vaya. En algo estoy de acuerdo con el presidente Nayib Bukele: la OEA ya es un organismo desfasado que ha hecho méritos para ser sustituido por uno acorde a los tiempos. Ahora bien, aclaro que el presidente lo dice porque a él, como a todo gobernante de este continente, le molesta que exista un organismo multilateral que emita opiniones que les irritan, sobre todo cuando los señalan de abusar del poder, de estar destruyendo la democracia, de violar los derechos humanos.

Yo sí creo que la OEA ha sido decepcionante y que aquellas cosas que ha hecho bien, se diluyen y no hacen peso para que en la balanza de los acontecimientos pudiera salir no tan mal parada. Ha fracasado en lo más importante: defender la democracia y ser la voz líder con acciones concretas, contra dictadores de izquierda, de derecha, militares pro Washington, o militares pro Moscú (en aquellos tiempos) o contra dictaduras de partido como la del PRI o la del Partido Colorado.

Ahora bien, volviendo al punto, una de las razones de su existencia (dicho con mis palabras) es evitar que las dictaduras volvieran a aparecer en Latinoamérica, así pues, la organización ha sido una tremenda ayuda en ese sentido con sus capacitaciones, asesorías, acompañamientos; como observadora de procesos electorales y emitiendo resoluciones y sanciones. Hay que poner atención a todo esto, porque al pasar revista de sus cosas buenas, no deja de dar tanta tristeza que al fin no sirva para lo que fue creada, porque no siempre sanciona y, aunque lo haga, no pasa nada.

No siempre se ha pronunciado, muchas veces se ha hecho de la vista gorda y las sanciones nunca han llegado. Los partidos políticos dirigidos por civiles han sido por demás decepcionantes, tanto así que pareciera que nuestros políticos en este subcontinente son de tercera categoría, sus capacidades mentales merman cuando alcanzan el poder; todos sus cimientos éticos, morales y hasta religiosos se desmoronan y se van por la corriente de aguas sucias hasta perderse en el sistema de alcantarillas. Casi todos se vuelven ladrones incorregibles. Su devoción por el dinero sucio, mal habido, el saqueo de los erarios públicos, llegó a niveles asquerosos, sin olvidarnos de sus convivencias con el crimen organizado, como sucede ahora con Andrés Manuel López Obrador y su innegable ayuda y complacencia con los narcos. Como sucedió con Juan Orlando Hernández Alvarado, involucrado directamente en el narcotráfico, y con Nicolás Maduro, y su servilismo para el cártel de Los Soles. Bueno, y por qué dejar a un lado a Ernesto Samper que incluso negoció directamente con los narcos el dinero que recibiría de ellos para su campaña...dejando grabaciones que lo acusan.

Toda esa barbarie ha hecho que los pueblos, cansados de tanto oprobio, voten por demagogos o extremistas. Esa ineptitud para gobernar y esa audacia descarada para robar, han hecho que el electorado se vaya a las extremas, ya sea por un Bolsonaro o Uribe de enfermiza derecha, ya sea por un Pedro Castillo, Daniel Ortega. Hugo Chávez, y ahora peligra que llegue otro desvelado de izquierda: Gustavo Petro.

El caso de Nicaragua es el más angustioso. Daniel Ortega se ha saltado todas las bardas. ¿Y la OEA? Muy bien, gracias.

Si ese organismo no puede defender la democracia, ¿para qué seguirlo manteniendo vivo? El problema es que sin duda ha aportado mucho, pero en lo más importante, ha quedado debiendo. Puede que termine dividiéndose en dos instituciones similares, cada una politizada, como el Foro de Sao Paulo, con mucha más injerencia que la OEA en la política en los países, o como el Grupo de Lima, que aún no despega como una organización continental de derecha.

La OEA está siendo víctima de su propia ineptitud, y eso no es bueno, pero pareciera que sus días están contados, ya sea desaparezca, ya sea quede como un cascarón vacío.