La venganza conduce a la oscuridad, el perdón te lleva a la luz, la venganza destruye el alma, el perdón edifica, la venganza te sumerge en el rencor, el perdón de provoca paz, la venganza te carcome las emociones, el perdón te genera bienestar, la venganza te envuelve en amargura, en cambio el perdón te proporciona gozo. Como bien lo dice Proverbios 17:9 “El que perdona la ofensa cultiva el amor; el que insiste en la ofensa divide a los amigos”. Todos los seres humanos en algún momento hemos vivido la traición en la que hemos recibido la daga por la espalda de algún pariente o amigo.

Ante este escenario solo tenemos dos opciones, la primera es tomar venganza y provocar un dolor mayor a la persona que nos ha cometido el agravio, sin embargo, debemos tener claro que este será un círculo vicioso del cual nunca se saldrá y se vivirá en constante amargura, tanto para el agresor como el que recibe la agresión y será una enemistad que arrastre a los hijos de los hijos.

La segunda opción es otorgar el perdón y avanzar en la vida. En una ocasión Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. (Mateo 18:21-22)

Las personas que guardan rencor y buscan a toda costa la venganza, su vida se vuelve un caos y nunca tienen paz, y aun muerto su adversario, su rencor se mantiene vivo. Como el caso del “Sínodo del Terror” que se dio en la Alta Edad Media (Siglo IX), también nombrado como el Concilio Cadavérico. En ese contexto era habitual sacar a la luz las inmoralidades y los excesos de los pontífices antecesores. Pero el Papa Esteban VI llegó hasta el extremo de esta práctica al mandar a desenterrar el cadáver putrefacto del Papa Formoso, para juzgarlo, ataviando al occiso con los honores papales.

Todo con el objetivo de que el papado de Esteban VI no fuera declarado inválido y se anularan todas sus ordenaciones. El Papa Formoso había accedido al trono de San Pedro en medio de las luchas intensas entre los emperadores del Sacro Imperio Romano y pagó muy caro haber tomado partido por la causa de uno de ellos. Formoso fue obispo de Porto, bajo el mandato del Papa Nicolás I, y desarrolló una importante labor evangelizadora en lo que actualmente es Bulgaria. Su fama de hombre recto y austero le impulsó hacia el sillón romano en el año 891.

Sin embargo, no solo heredó la tiara papal, también la problemática relación que desde hace siglos mantenían con Roma los aspirantes a reinar en el Imperio germánico. La alta mortalidad de los Papas en esa época (en diez años se sucedieron 11 pontífices) en ese contexto el papa Formoso ratificó a Guido de Spoleto como emperador, confiando en que el gesto fuera suficiente para reconciliar a la familia con el papado. Pero la ambición de los Spoleto no tenía fin, dado que no solo exigían que se reconociera a su hijo como heredero a la corona, sino que quería conquistar toda Italia y dejar a Formoso como un súbdito más.

Cuando Esteban VI, llegó a la silla papal de forma misteriosa, después de la muerte de Formoso, siguiendo las instrucciones de la familia Spoleto, que reclamó venganza por considerar a Formoso de traidor. Ordenaron hacer un juicio al cadáver en la que le aplicaron la sentencia que era “Indigno servidor de la Iglesia, llegado a la silla papal de forma irregular, siendo por tanto un papa ilegítimo y que todo cuanto había hecho, decretado y ordenado durante su papado era nulo” porque Formoso había abandonado un puesto de obispo para ser nombrado papa, algo que estaba prohibido.

Y, efectivamente, así había ocurrido, pero el propio Esteban VI había seguido los mismos pasos, por lo que era culpable de lo mismo que acusaba a un cadáver en descomposición. Así que ordenó que le amputaron al papa Formoso los tres dedos de la mano derecha con los que había bendecido durante su vida y pidió que su cuerpo fuera arrastrado en las calles y los restos fueron arrojados al Tíber. Esta historia nos recuerda que la venganza y el rencor humano no tiene límites. Pero es mejor otorgar el perdón para vivir en paz