Es muy raro que suceda un evento climatológico extremo sin que los especialistas lo hayan advertido previamente. A pesar de que el clima es cada vez más cambiante, la información científica permite advertir lo que puede pasar. Y más allá de lo que los modelos puedan indicar, cualquier persona al ver los nubarrones sabe que la tormenta está por llegar. Hay unos cuantos que con la información oportuna tienen el privilegio de prepararse con tiempo para que cuando esas tormentas sucedan, los estragos sean mínimos. Por ejemplo, en sus casas, se aseguran que en el techo no haya goteras ni que los drenajes estén tapados. Al salir a la calle andan con la ropa adecuada y un paraguas capaz de cubrir a media docena de personas.

Sin embargo, hay otros que, aunque saben que la tormenta va a llegar, muy poco pueden hacer. Prácticamente solo les queda rezar. Porque no tienen los recursos para cambiarse de casa y ni siquiera para arreglar un techo que parece un gigantesco colador. Porque como en todo, no todas las personas vivimos por igual las tormentas.

Los pronósticos económicos son mucho menos infalibles que los pronósticos climáticos. Más allá de la robustez de los modelos para la predicción, la economía es una ciencia social y como tal esta sujeta a la racionalidad, pero también a la irracionalidad de los seres humanos, lo cual es muy difícil de captar por un conjunto de números que tratan de abstraer a penar una parte de una realidad que cada vez es más compleja.

No obstante tener información técnica, permite a las personas, las empresas y a los gobiernos adoptar decisiones adecuadas que puedan minimizar los impactos negativos o maximizar los efectos positivos. Por ejemplo, en 2020, el año de la pandemia allá por abril cuando recién iniciaba en el país ya se advertía que el efecto en la economía para ese año podía ser muy grande y, lastimosamente, así fue.

Para este 2022, al inicio del año el Fondo Monetario Internacional (FMI) proyectaba que la economía mundial crecería 4.4%; sin embargo, la invasión de Rusia a Ucrania, el aumento de casos en China, así como una inflación con valores históricos ha hecho que estos días esta entidad financiera rebajara la proyección de crecimiento y ahora señalan que solo crecería 3.6%. Y este ajuste a la baja de la proyección a la baja ha sido para 143 países, incluido El Salvador. Donde los nuevos pronósticos del FMI advierten que El Salvador será el país de Centroamérica con el menor crecimiento económico, incluso por debajo de Nicaragua.

Pero esta proyección del FMI, en realidad solo se suma a los nubarrones que ya habían aparecido. Por ejemplo, de acuerdo a los datos del Banco Central de Reserva en enero, la economía tuvo un crecimiento económico negativo (en lugar de avanzar, retrocedió) y además la inflación fue muy alta, es decir que en enero los datos oficiales muestran que uno de los peores fantasmas para la economía se hizo presente: la estanflación. Se produce menos y todo está más caro. Y de hecho los datos oficiales muestran que los alimentos y las bebidas no alcohólicas es donde más se nota el aumento de los precios. A esto hay que sumarle que el empleo formal cayó en los primeros meses. El escenario para una tormenta económica está presente.

Y, por si fuera poco, la situación financiera del gobierno es una de las más complicadas al menos en las últimas tres décadas. Los ingresos no alcanzan para cubrir los gastos, pero sobre todo cada vez es más difícil para el gobierno conseguir quien le preste. El país tiene el peor perfil de riesgo en toda América Latina, solo por debajo de Venezuela. Por supuesto por méritos propios como por ejemplo hacer añicos la institucionalidad y jugar al Monopoly con el bitcóin.

El invierno parece que ha llegado y a quienes siempre les llueve, a los más pobres, les puede llover sobre mojado. Ojalá que las condiciones cambien y quienes tienen el poder tomen por fin decisiones correctas. Pero por ahora el pronóstico muestra que las tormentas están cada vez más cerca.