H umillación y vergüenza, casi catástrofe y tragedia colectiva, motivo de indignación y protesta nacional. Todo eso y más parecería que ocurrió después del pasado fin de semana cuando la “Selecta” –ese grupo de jugadores salvadoreños nacidos en este terruño o fuera del mismo– fue vencida por el equipo representativo de Trinidad y Tobago. No dan una en la cancha, aunque gasten dinero en arreglarla y se las dejen bien chula. No pudieron ganarle al equipo caribeño pese a que un muy buen integrante de este, Jomar Williams, no participó en el encuentro “debido a un inconveniente administrativo”; no pudieron ganarle, pese a ser local y haber anotado primero. Y es que el fútbol guanaco a nivel de selecciones tiene, desde el Mundial de España en 1982, más de cuatro décadas de transitar por la calle de la amargura; décadas durante las cuales al país y sus habitantes tampoco le ha ido nada bien.

Bueno, en realidad, la “normalidad” para este pueblo ha sido la perenne ofensa de su dignidad. Pero todavía peor en esa época. Cuando Hungría le encajó diez goles a El Salvador, ya había transcurrido un año y medio del inicio de la guerra; asimismo, continuaban las graves violaciones de derechos humanos en perjuicio de una población civil no combatiente que mayoritariamente también era víctima de la aflicción económica y social. Fue hasta 1992 cuando dicho escenario cambió. Independientemente de lo que digan quienes ahora pretenden reescribir nuestra dolorosa historia, se silenciaron los fusiles y cesaron las prácticas sistemáticas del terrorismo estatal. Eso fue uno de los mayores logros derivados de los acuerdos entre las partes beligerantes para alcanzar el cese al fuego. Que después la regaron, esos son otros veinte pesos.

Y hablando coloquialmente, si me lo permiten, por las cagadas de ambos partidos el electorado les cobró la factura apostándole luego a quien le prometió cielo y tierra. Para ir al primero le ofreció un aeropuerto astral y para recorrer la segunda le aseguró que le instalaría un tren excepcional. De eso nada. Se supone, asimismo, que construirá un estadio más que monumental; esto puede que lo cumpla, pues será “regalado”. Pero, ¿para qué ese recinto deportivo elitista si ni buen fútbol hay en este país? Pues para que, a falta de pan, el circo de su régimen autocrático continúe engatusando gente con sus “funciones”.

Así las cosas, a buena parte de la población le duele más no clasificar a la Liga de Naciones que estar en el último lugar regional dentro de los indicadores de crecimiento económico e inversión extranjera directa; le entusiasma la realización de Miss Universo en el país y le es indiferente la violencia sexual creciente contra mujeres y niñas; le fascina la construcción de un hospital para mascotas y no protesta por las serias deficiencias e injusticias dentro del sistema de salud pública; le agrada el par de costosas remodelaciones del Gimnasio Nacional en menos de seis meses y no reclama por el estado precario de muchas escuelas. Esa masa amorfa es la que, parafraseando a Rudy Hayman, prefiere el monólogo presidencial al diálogo social.

Sin embargo, parece que en el oficialismo comienzan a preocuparse. Al menos eso se percibió este pasado fin de semana cuando hace unos días Ernesto Castro, presidente de la Asamblea Legislativa, se dirigía al público presente en un evento ‒realizado en territorio estadounidense‒ con la participación de un nutrido grupo de diputados y diputadas del partido de Nayib Bukele. El tono de su discurso y su lenguaje corporal lo mostraron así. Lo mismo ocurrió con Hugo Pérez, ahora extécnico de la “Selecta”, durante la conferencia de prensa que brindó tras la derrota con Trinidad y Tobago; este fue despedido después de que, al final del encuentro, la afición coreó a todo pulmón “¡Hugo fuera!”.

A esos patéticos personajes que fueron a Estados Unidos a hacer campaña ilegal adelantada y turismo electorero paseándose en una ofensiva limusina, también les llegará el día del llanto y el crujir de dientes cuando sean refundidos en deslucidos carros policiales para llevar a cada quien a sus respectivas bartolinas, pues estas son sus destinos potenciales. Pero para ello, al igual que la “noble afición” que a pesar de los pesares aún llena graderíos para aplaudir a ese fraude de selección, deberá llegar la hora en que las mayorías populares –siempre maltratadas y nuevamente frustradas– demanden con toda razón la salida de “los mismos de siempre” en su nueva versión. Pero, además, para ello será necesario un nuevo tipo de organización que surja de abajo y adentro... ¡Allá donde anida el dolor y la indignación!