Este se relaciona con “la distorsión en la imagen que una persona puede tener de sí misma” acerca de su juventud, su belleza o sus propias cualidades. Las que lo padecen envidian a quienes las superan en algo como, por ejemplo, la popularidad. ¿Cuáles son sus indicios? Ansiedad, celos, obsesión por la salud y la belleza física, necesidad de aprobación, baja autoestima, preocupación por aparentar juventud y ‒finalmente‒ tristeza.
No soy psicólogo ni nada que se parezca; entonces, no puedo ni debo afirmar que esos síntomas forman parte de la personalidad del inconstitucional usurpador del aparato estatal salvadoreño. Lo que sí sé es que Bukele se acaba de parar frente al “espejo” de la modernidad informática llamado inteligencia artificial, preguntándole quién era el presidente más popular del mundo. Solo eso, sin más, lo podría perfilar como quien puede que sea: un megalómano, egocéntrico y sobrado. Insisto, no soy psicólogo para emitir una opinión categórica y menos un diagnóstico; tampoco soy vidente, pero...
Como quería que le respondiera con una palabra, esta fue la que la inteligencia artificial le soltó en plena cara: Sheinbaum. ¡Sí! Claudia Sheinbaum, presidenta constitucional mexicana. No Bukele. ¡Duro porrazo a la engreída imagen que pueda tener de sí mismo! Imagen inflada por un entorno de fanáticos aduladores, casas encuestadoras de dudosa reputación y una descomunal publicidad alrededor de su persona. Hizo una segunda pregunta y recibió otra revolcada, hasta que con la tercera pudo salir más o menos bien librado. Pero ya se había exhibido solito...
Esto ocurrió acabando marzo recién pasado. Pero ya le había llovido sobre mojado cuando, días atrás, quiso darle “cátedra” a la citada mandataria en lo relativo al manejo de la seguridad. Veamos. El Salvador ‒con escasos 21 000 kilómetros cuadrados y apenitas superando los seis millones de habitantes‒ versus México con casi dos millones de kilómetros cuadrados y alrededor de 130 mil millares de personas poblándolos. ¡Por favor! Eso, para comenzar.
Pero en la retorcida mentecita de aquel, el “inconveniente” de la criminalidad altamente organizada allá se “resuelve” fácil: entrarle estado por estado, hasta abarcar los 32 existentes que incluyen la Ciudad de México. No sé si también piensa que debería repetirse lo ocurrido acá: negociaciones entre los mandos delincuenciales y Gobierno, junto a la puesta en escena de una “tropa” hipertatuada y ya condenada ingresando a un moderno y “pulcro” Centro de Confinamiento contra el Terrorismo; léase, CECOT.
Otro componente del mal llamado “modelo Bukele”: el hacinamiento de personas inocentes en el resto del inframundo penitenciario, adonde se encuentra la inmensa mayoría de privadas de libertad y cuyas condiciones atentan descarada e inaceptablemente contra las Reglas mínimas para el tratamiento de los reclusos de las Naciones Unidas o “Reglas Mandela”. “Hasta entre los perros hay razas”, decía muy mexicana mi santa y dicharachera madre. Guardando las distancias, eso pasa entre los internos del CECOT ‒orgullo “bukeleano” alquilado a Trump “a precio de me lo llevo”‒ y quienes padecen de todo lo peor que se nos ocurra en los infiernos carcelarios del autollamado “dictador más cool”.
Hagamos cuentas alegres y pensemos en un año promedio para erradicar las mafias del crimen organizado en una entidad federativa mexicana, desafiando su tamaño y el elevado poder de fuego que poseen. Para ser como el salvadoreño y hacer lo que aconseja, Sheinbuam tendría que controlar toda la institucionalidad y violar derechos humanos; también la Constitución para reelegirse durante, al menos, cinco períodos consecutivos. ¡Tres décadas, mínimo! Volverse impúdicamente una dictadora más en la región, pues. Eso sin considerar lo que algunos llaman “efecto Baygón”: rociar un rincón para que algunos insectos mueran, mientras muchos se dispersan y siguen jodiendo en otros lugares de la casa.
Así las cosas, por la pretenciosa “cátedra” que Bukele quiso impartirle a la presidenta Sheinbaum le llovieron a este no pocas y merecidas lindezas; es decir, improperios, insultos y hasta ‒ocupando el tumbaburros del idioma español‒ sonoras puteadas.