En 1954, el economista austríaco Berthold Frank Hoselitz, profesor de la Universidad de Chicago, fue contratado por las Naciones Unidas para diseñar una estrategia de desarrollo para El Salvador. Como resultado, presentó un informe de 107 páginas titulado Desarrollo industrial de El Salvador. Este documento fue reconocido por el presidente José María Lemus (1956-1960) como “la Biblia” que guio la política económica de su administración.
Hoselitz identificó a la población como el principal recurso del país y destacó que cualquier programa de desarrollo debía centrarse en esta premisa. Señaló como problemas clave el bajo nivel de vida de la mayoría, las marcadas variaciones estacionales en el empleo, la excesiva dependencia del café, la falta de trabajadores calificados y el reducido tamaño del mercado interno. Propuso que la industrialización era esencial para abordar estas dificultades, argumentando que aumentaría los estándares de vida, generaría empleos más estables, diversificaría la producción y reduciría la dependencia del café. Además, promovería la integración económica centroamericana, disminuiría la dependencia de bienes importados sujetos a fluctuaciones de precio y demanda, mejoraría las habilidades de la población trabajadora y elevaría la productividad y los salarios.
Según Hoselitz, la industrialización debía enfocarse inicialmente en industrias ligeras, como alimentos, textiles, confección, cuero, materiales de construcción, utensilios y herramientas para el hogar. Recomendó expandir las industrias existentes (textiles, calzado, aceites vegetales, azúcar y derivados) y crear nuevas para sustituir importaciones. Además, subrayó la importancia de fomentar las cadenas productivas, implementar un plan agresivo de educación y formación laboral, y estimular ciertos servicios clave como electricidad, telecomunicaciones y transporte.
Para facilitar este proceso, sugirió establecer una zona de libre comercio con arancel externo común entre los países centroamericanos y crear una corporación de desarrollo que financiara la expansión industrial nacional. Estas recomendaciones sentaron las bases de una política económica visionaria que buscaba transformar a El Salvador en una economía más diversificada y dinámica.
Las propuestas de Hoselitz continuaron aplicándose durante los cuatro gobiernos posteriores (Rivera, Sánchez Hernández, Molina y Romero), lo que permitió a El Salvador alcanzar una tasa de crecimiento económico promedio anual superior al 5.5%, la más alta en su historia. Sin embargo, esta dinámica cambió con el inicio del conflicto armado en la década de 1980 y la adopción del modelo neoliberal, basado en la premisa de que el bienestar de la población se lograría diversificando y aumentando la producción de bienes y servicios exportables intensivos en mano de obra. Este enfoque implicó desmantelar las políticas en favor de la industrialización progresiva propuestas por Hoselitz.
Contradictoriamente, en los 35 años de vigencia del modelo neoliberal, las importaciones han crecido más rápido que las exportaciones, la economía ha registrado un crecimiento anual promedio de apenas 2.2% y la generación de empleos formales ha sido menor incluso que la alcanzada durante los gobiernos de Molina y Romero. Esta situación habría sido insostenible sin las migraciones, ya que, por cada salvadoreño empleado formalmente en el país, al menos dos han encontrado trabajo en el extranjero.
Actualmente, las remesas enviadas por la diáspora representan cerca del 25% del PIB, superando con creces las exportaciones de bienes y servicios.
No obstante, con el retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, la "válvula de escape" que han representado las migraciones podría cerrarse o debilitarse significativamente. Si se implementan medidas como el endurecimiento de las fronteras y deportaciones masivas, aunque sea parcialmente, El Salvador se verá obligado a replantear su estrategia de desarrollo, priorizando la creación local de empleos formales.
Un camino prometedor sería retomar algunas de las ideas formuladas por Hoselitz hace 70 años, adaptándolas al contexto actual. Como él señaló, el principal recurso de El Salvador es su población, por lo que cualquier estrategia de desarrollo debe centrarse en ella mediante una reorientación significativa del presupuesto hacia la educación, la salud y la capacitación laboral. Una renovada apuesta por la industrialización, apoyada por medidas concretas que estimulen su crecimiento y aprovechando las oportunidades del nearshoring —la reubicación de fábricas hacia países más cercanos a sus mercados de destino—, podría generar empleos estables, diversificar la producción y reducir la excesiva dependencia de la emigración y las remesas. Asimismo, fomentaría la integración económica con los países del norte de Centroamérica, disminuiría la dependencia de bienes importados, potenciaría las habilidades y versatilidad de la fuerza laboral, y elevaría tanto la productividad como los salarios. Esta visión renovada tiene el potencial de abrir un nuevo capítulo en el desarrollo económico de El Salvador.
* William Pleites es director del Programa FLACSO El Salvador