El relato bíblico nos dice que el Señor Jesucristo, fue escarnecido, acusado injustamente, obligado a cargar la cruz en la que sería crucificado, pero de camino al Gólgota se encuentra con un hombre llamado Simón de Cirene, que pertenecía a la población del norte de África, ahora Libia; el cual se encontraba viviendo en Jerusalén, pues se dice “que venía del campo” (Marcos 15:21; Lucas 23:26). No se dice si el Señor Jesucristo tuvo con él alguna conversación, simplemente “le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús” (Lucas 23:26) ya que un romano, por ley no podía cargar la cruz y por ser la pascua, un judío tampoco podía cargar la cruz.

El Evangelio según Marcos describe que Simón de Cirene, era “padre de Alejandro y de Rufo” (Marcos 15:21) quienes llegaron a ser servidores de nuestro glorioso Señor Jesucristo, según el historiador Orígenes. En el mismo camino Jesús se encuentra con una “gran multitud del pueblo” (Lucas 23:27), que exigían que fuera crucificado. Pero entre aquella multitud, había un grupo “de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él” (Lucas 23:27), para quienes Jesús tuvo también compartió un apropiado mensaje. De manera que todo servicio en favor del Señor Jesucristo, siempre será bien recompensado.

En este mismo contexto también habían condenado a muerte de cruz a otros dos sujetos, que Lucas nos lo relata así: “Llevaban también con él a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos.
Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda” (Lucas 23:32-33). Estos dos sujetos, también son descritos tanto por Mateo y Marcos como “dos ladrones” (Mateo 27:38; Marcos 15:27). Jesús no debería estar entre ellos rumbo a la pena de muerte por crucifixión sino otro hombre llamado Barrabás, culpable de sedición y homicidio.

Pero en la justicia de los hombres, en ocasiones se condena al inocente y se absuelve al culpable, esto fue lo que ocurrió con nuestro glorioso Señor Jesucristo, ya que la multitud de judíos pidieron a gritos que Barrabas uno de los criminales más grandes de aquel entonces quedara libre. Ahora bien, el encuentro de Jesús con los dos ladrones, no fue sin propósito, ya que al compartir la crucifixión y la vergüenza pública, mientras les llegaba el momento de su muerte hubo un dialogo y cada ladrón descubrió la realidad que operaba en su corazón.

Acá se da la misma petición, pero con dos actitudes diferentes, ya que ambos ladrones pidieron al Señor Jesucristo “la salvación” es lamentable observar la reacción del criminal que ni en el cumplimiento de su sentencia de muerte demostraba arrepentimiento, y aun habiendo escuchado a lo mejor en varias ocasiones acerca del Señor Jesucristo, no tuvo la humildad de reconocer que era un pecador. Lucas lo relata así: “Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lucas 23:39).

En la vida hay miles de personas que al igual que este ladrón, no aceptan sus malos hechos, sino que buscan siempre justificarse, por tanto, se creen buenos. Este ladrón seguía la dinámica de los que gritaban contra el Señor Jesucristo, de modo que su enfoque era su salvación, pero sin arrepentimiento, ni confesión de pecados. Lucas describe que desde que Jesús hizo su primera oración de pedir perdón por la gente y los verdugos que le crucificaron: “el pueblo estaba mirando; y aun los gobernantes se burlaban de él, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios” (Lucas 23:35).

Este era el discurso que uno de los malhechores repetía adjudicándose la verdad, sin embargo, el otro malhechor tenía una actitud diferente. Lucas nos dice que: “Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; más éste ningún mal hizo” (Lucas 23:40-41). La actitud de reconocer el pecado y el arrepentimiento de este otro malhechor, denotan un corazón humilde.

Luego le dice “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lucas 23:41-42). De manera que este último ladrón alcanzó la salvación, porque reconoció su pecado y se arrepintió. Es lo que los seres humanos necesitamos en estos tiempos tan convulsionados arrepentirnos y buscar con humildad al Señor Jesucristo.