Si quisiéramos rastrear los orígenes del debate sobre la reforma agraria en El Salvador deberíamos comenzar, probablemente, por analizar la obra de Alberto Masferrer. Pero si lo que buscamos es entender cómo se resquebrajó el tabú sobre el tema en la década del sesenta, la obra de Abel Cuenca aparece como una de las pioneras. Cuenca nació en Tacuba, Ahuachapán, en 1909 y estudió leyes en la Universidad de San Carlos, Guatemala entre 1927 y 1931. Allí forjó su carácter militante al calor del movimiento de la reforma universitaria que surgió en Córdoba (Argentina) en 1918 y que tuvo repercusiones continentales. Cuando, en febrero de 1931, Jorge Ubico ascendió al poder en Guatemala disolvió el movimiento de Reforma Universitaria del que formaba parte Cuenca, por lo que se vio obligado a regresar a El Salvador.

El Salvador vivía una primavera política con la llegada al poder de Arturo Araujo en marzo de 1931, experiencia que se vio frustrada por la profundización de la crisis económica iniciada en 1929. En ese contexto tomó el poder el dictador Maximiliano Hernández Martínez. En enero de 1932, Cuenca tuvo una participación activa en el levantamiento indígena-campesino que fue reprimido ferozmente por el régimen. En su ciudad natal, Tacuba, se conformó el primer soviet de América Latina, experiencia que Pedro Geoffroy Rivas supo inmortalizar en su poema “Romance de Enero”. El régimen de Martínez fusiló al padre de Abel y a dos de sus hermanos cuando sofocó el levantamiento.

Pero su militancia política no terminó ahí. En 1937 estuvo preso en Tegucigalpa y posteriormente formó parte activa de la Revolución de Octubre en Guatemala que culminó con el ascenso de Juan José Arévalo y luego de Jacobo Arbenz. Cuenca fue enviado como agregado de prensa a la Costa Rica de don Pepe Figueres y tras la caída de Arbenz se exilió en Chile. Regresó a El Salvador en 1957, ya bajo el gobierno de José María Lemus. Ese año ganó un certamen de escritura del Ala Revolucionaria Radical, una editorial mexicana, con su famoso libro El Salvador una democracia cafetalera. Se publicó en 1962, con un agregado escrito en 1960. Cuenca sostenía en este libro que la contradicción principal en El Salvador era “la contradicción pasajera pero aguda (...) entre el capitalismo agrario de exportación -el café-, de un lado, y el capitalismo industrial -industria nacional de transformación-, del otro”.

El último capítulo del libro de Cuenca (escrito en junio de 1960) analizaba la crisis del sector agrícola y el problema de la reforma agraria. Uno de sus apartados se titulaba: “Nueva perspectiva histórica para la realización de la Reforma Agraria Democrática en El Salvador”. Nótese el uso del adjetivo “democrática”, el mismo que utilizó Arbenz al impulsar la reforma agraria del país vecino. Cuenca señalaba cómo el Mercado Común Centroamericano había posibilitado la integración industrial-terrateniente de la burguesía salvadoreña al integrar el mercado interno. El Plan de Metalío impulsado por Lemus era una clara manifestación de que el problema agrario en El Salvador se estaba planteando con mayor agudeza. Era un problema regional que ni siquiera el gobierno estadounidense podía seguir obviando: “parece ser que el Imperialismo Norteamericano se inclina a recomendar cierto tipo de ‘reforma agraria’ (¡y vaya que los hay para todos los gustos!), para los países latinoamericanos”.

Era un momento propicio para discutir el problema central de El Salvador “la burguesía en su conjunto, puesta ya en el camino de la industrialización y sin posibilidad alguna de contramarcha, no tiene otro recurso que interesarse por una solución ‘conveniente’ del problema agrario, esto es, por la incorporación de las grandes masas del campo, totalmente desposeídas y empobrecidas, a la economía mercantil, a la producción moderna, al capitalismo”. El problema, planteaba Cuenca, era que la burguesía no podía levantar la bandera de la reforma agraria, porque implicaría vulnerar “el principio fundamental del liberalismo, el principio de la propiedad privada”. Por eso, la burguesía salvadoreña optaba por dejar esa tarea a las fuerzas populares.

Según Cuenca El Salvador no necesitaba modificar la legislación para implementar la reforma agraria democrática, ya que la Constitución de 1950 aseguraba un margen suficiente para su realización. Finalmente, sostenía que la reforma agraria debía dirigirse solamente contra los propietarios de tierras que mantenían relaciones de servidumbre o colonato en sus campos. Es decir, su objetivo era quebrantar las relaciones feudales en el campo, y de esa manera romper la unidad política entre los latifundistas feudales y los terratenientes capitalistas.