Lo del presidente Nayib Bukele es sorprendente. Lo que hace él de forma constante, sin dejar un solo segundo de apretar en el botón de “publicidad y redes sociales”, es encomiable, plausible y, también, reprochable.

El país lo revistió de belleza y, estratégicamente, de lucecitas en una biblioteca nacional que más parecía espectáculo de Las Vegas o un estadio de un Mundial, pero no un centro cultural en medio de las hermosas misses.

El Presidente es admirable, sin duda, en su mundo muy propio, muy suyo, lleno de parafernalia pomposa, es una Disneylandia en un pantano, en un charco, solo que él no lo nota pues vive en el cielo. En su cielo muy particular.

Ya lo he dicho en otras ocasiones y lo vuelvo a repetir, más ahora que ya la Constitución la pisoteó el gobernante y todas las instituciones las tiene compradas: El Salvador no es un mejor país ahora, no lo es, sigue igual a como era en 1992 cuando se alcanzaron los Acuerdos de Paz los cuales este señor ha querido deslegitimar, como si la historia fuera Antes de Nayib y Después de Nayib, o sea, un nuevo Cristo.

Nuestra incipiente e imperfecta democracia fue destruida, ni siquiera los dictadores “descafeinados” de ARENA lograron hacer tanto desmadre, tantos destrozos en nuestro sistema político. De una forma jamás vista y mucho menos esperada, se apoderó de todas las instituciones públicas concentrándolas en su mano, desalojando toda participación pública y privada, y las gobierna a su antojo, a su total voluntad. Da tristeza ver que realmente el pueblo se decantó por un totalitarismo. ¿Será que es un pueblo ignorante que no sabe nada de historia, menos de la nuestra? Yo no creo que sean ignorantes, es que son un pueblo desesperado al ver que demócratascristianos, derecha e izquierda los decepcionaros.

No obstante, no deja de parecerme reprochable que el ciudadano haya renunciado a tanto por lo cual luchaba y criticaba a los otros partidos gobernantes: que la democracia, que la legalidad, que el respeto a la Constitución.

Déjenme decirles que acá en Honduras, donde vivo desde hace 16 años y medio, adoran a Bukele. Se les humedecen los ojos al solo pronunciar su nombre, pero como siempre tengo contacto directo con mi gente en El Salvador, no dejo de opinar y criticar. Esa es mi vida.

Lucecitas y misses, eso es lo que nos vende el Presidente, nada más, y la gente no se da cuenta que de todo lo mal que está el país.

Vamos a ver, seamos sensatos y pensemos en las cosas más importantes para una nación, un Estado, un país.

La educación, si bien es cierto que tiene sus laptops o tablets, no ha mejorado en contenido. De nada sirve tener a miles de niños “guayabeándose” datos cuando la actualidad te dice que es la práctica la que hace al genio y, sobre todo, la tecnología. Estar haciendo presentaciones en cartulina es degradante.

En salud, la cosa sigue un poquito igual, no hay que desmeritar, pero no somos un país, en estos cuatro años de regimen, mejor en ese tema.

La inversión extranjera huye de este país, porque saben que la administración de justicia pertenece a Bukele, está en sus manos. Despidió por el decreto de sus sumisos diputados a una gran cantidad de jueces con experiencia, criterio y ética.

Y en materia de trabajo, lo que más añora y quiere la gente, no hay mucho que hablar: la paz de los encarcelados no basta, la paz que sí se respira, que sí gusta por todos los pandilleros encarcelados, no basta para atraer ni siquiera a la inversión doméstica, mucho menos a la multinacional. Los empresarios internacionales no confían en El Salvador.

Sin duda el turismo ha crecido, pero no es suficiente. Pero bien, ahora que ya está prácticamente elegido, ojalá los próximos cinco años sean de beneficio para el país y no solo para su ego.