Blanca Estela Aguilar, era una joven sana, hermosa, de apenas 26 años de edad. Se enamoró de Carlos Antonio Melara con quien estuvo dispuesta a acompañarse para formar un hogar donde reinara el amor y la comprensión. Al principio todo era alegría, pero el joven, dos años mayor que ella, comenzó a tomar bebidas embriagantes y cada vez que lo hacía dejaba su lado cariñoso para convertirse en un tipo agresivo que bajo cualquier pretexto ofendía y golpeaba a su compañera. La noche del martes pasado, nuevamente llegó borracho a su casa, en la periferia de San Juan Talpa. El sujeto tomó un arma blanca y sin motivo aparente atacó hasta matar a su compañera de vida. La Policía Nacional Civil (PNC) fue alertada y Carlos Antonio detenido por el homicidio agravado de Blanca Estela.

Hasta ahora y hasta que sea vencido en juicio se presume que Carlos Antonio es inocente; sin embargo, lo más probable es que al final de un debido proceso sea encontrado culpable del homicidio agravado y reciba una condena que pueden rondar entre los 40 y 50 años de prisión. Este muchacho ha tocado fondo con el alcoholismo al acabar con dos vidas, la de su compañera y la suya. Esto sin contar los daños psíquicos provocados a los familiares de Blanca Estela y a los suyos. No creo que en este momento haya alguien orgulloso de la actuación criminal de Carlos Antonio.

Así es el maldito alcoholismo. En ocasiones no permite marcha hacia atrás. Este joven ya no puede retroceder el tiempo, por muy arrepentido que esté. Mató a un ser que probablemente amaba y ahora debe recibir su castigo. El alcoholismo hizo de las suyas y destruyó valiosas vidas, mucho antes de lo esperado.

Cuando somos jóvenes nos sentimos capaces de todo y nunca imaginamos las consecuencias de nuestra mala conducta motivada por los vicios o por malas influencias. Somos jóvenes, tenemos fuerza, energía, muchos años de vida por delante y suponemos que nuestra obligación es disfrutar de la vida y nada más. Muchos jóvenes comienzan a consumir bebidas embriagantes –y drogas- cuando apenas entran a la adolescencia y entonces ni por asomo prevén las consecuencias nefastas. Cuando somos jóvenes, vemos lejísimo o imposible que algún día nos toque “fondear”, pedir dinero para comprar alcohol, hurtar o robar para vender los objetos y con las ganancias comprar licor, hacer actos vergonzosos, perder la dignidad y otras acciones propias de los que han pasado de la constancia del vicio a la enfermedad psíquica del alcoholismo.

Y es que el fin del alcoholismo es la muerte. Tarde o temprano el alcohólico empedernido morirá producto de una ingesta alcohólica o por alguna enfermedad somática generada por el consumo de alcohol. La mayoría de alcohólicos no pasan de los 50 años, algunos mueren incluso antes de los 30 años, en plena juventud, pero sumidos en el abominable alcoholismo. Desgraciadamente antes de llegar a la muerte física, el alcoholismo ha matado algo vital en la persona: Su dignidad humana. Así vemos a mujeres y hombres jóvenes tirados a la perdición, convertidos en bazofia humana, desechados por su familia y por la sociedad, lanzados a la calle sin nada más que sus remordimientos y su insidia por la bebida, olvidados por quienes alguna vez los quisieron. Hombres y mujeres que permanecen, sin futuro promisorio, como seres callejeros en una esquina, un andén o en la puerta de una cantina. Personas que han hecho de cualquier sitio su estancia porque no tienen adonde llegar, porque se quedaron sin familia y porque trago tras trago están a la espera que la muerte se los lleve, sin haber trascendido y hasta aborrecidos por la sociedad que, en ocasiones, poco o nada hace por ellos.

El alcohólico, sumido en su pobreza de análisis, está convencido que él es un estorbo. Y realmente lo es, porque viviendo en infelicidad no permite que los suyos sean felices. Quienes se inician el vicio no tienen el equilibrio para entender que el camino de jovialidad que viven bajo los efectos de los primeros tragos, es el camino ancho hacia la enfermedad. Luego buscarán justificaciones de todo tipo, tan torpes como asegurar que es una herencia genética o como llegar a creer que les han “hecho mal”.

El alcoholismo no distingue, para nada es excluyente. Igual enferma y mata al rico, al pobre, al obrero, al profesional, al joven, al viejo, a hombres, a mujeres, a religiosos, a ateos. Una vez bajo las garras del alcoholismo nadie, absolutamente nadie, se escapa porque es un ingrato destructor. Destruye hogares, familias, profesiones, oficios, fortunas, talentos, talantes, orgullos, presentes, futuros... destruye vidas.

Pero nadie está perdido. Con la ayuda adecuada en el momento justo hasta el más trágico de los alcohólicos empedernidos puede recuperarse. Se necesita fortaleza, espiritualidad, fuerza de voluntad, amor por la vida, humildad y fe en un Ser Superior para superar la enfermedad. Hay muchos caminos que llevan a la sobriedad. Yo que nunca he tomado y soy Custodio Clase A de Alcohólicos Anónimos en El Salvador, puedo dar fe que el método de la catarsis –y de las 24 horas- da resultados positivos. He visto y conocido historias de todo tipo. Probablemente si Carlos Alberto hubiera conocido AA, hoy estuviera gozando de libertad, con su amada Blanca Estela.

El 10 de junio próximo se conmemora el 88 aniversario desde la fundación de Alcohólicos Anónimos, por los legendarios William Griffith Wilson y Bob Smith, en Akron, Ohio (EUA). Entonces vaya este artículo para felicitar a los miembros de AA en todo el mundo, porque ¡Benditos son los caminos que llevan a la sobriedad!.