Ahora que están por cumplirse tres décadas y media de la masacre consumada el 16 de noviembre de 1989 por militares del Batallón “Atlacatl” en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), se me antojó recuperar semanalmente ‒durante este mes‒algunas reflexiones de tres de los pacíficos sacerdotes acribillados entonces por esa soldadesca que cumplía órdenes superiores. Son citas de Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró y Segundo Montes que relacionaré con asuntos del presente. Eso será parte de mi modesto homenaje a ellos, a sus tres colegas jesuitas y a las dos mujeres del pueblo –madre e hija– que también conocieron la gracia del martirio. Comenzaré con mi profesor de Física en el colegio jesuita hace más de medio siglo: “el cura Montes”, mejor conocido como “Popeye”.

En 1969, veinte años antes de su ejecución aún impune, publicó en la revista Estudios Centroamericanos (ECA) un artículo titulado “Los medios de comunicación y su repercusión en la pedagogía”, el cual inició así: “El mundo en que vivimos hoy es muy distinto en su estructura, en su cultura, en su expresión, del de hace apenas unos decenios”. A través de los medios de comunicación social –continuó– se “indoctrina” y se “reclutan partidarios”, se “hace política” y “se protesta”.

Este jesuita nacido en Valladolid pero salvadoreño por opción, fue visionario y sigue siendo vigente. ¿Por qué? Por varias razones. En este caso, lo primero por anticipar y advertir desde entonces un escenario político, económico y social perjudicial como el ahora prevaleciente en nuestro país. Y es que hoy los verbos dominantes en el actuar del actual Gobierno inconstitucional son estos: improvisar, engañar, manipular, controlar, militarizar e intimidar.

Se ha improvisado en lo relativo a la seguridad pública y la economía; se ha engañado con numerosas mentiras entre las cuales destacan las del satélite salvadoreño, el aeropuerto de primer mundo, la ciudad “bitcoinera” y el combate a una corrupción que crece en lugar de disminuir; se ha manipulado con una propaganda descomunal, falsa y cínica para presumir‒entre otras necedades‒ “generosidades” tales como la donación para reparar escuelas hondureñas o la “solidaridad” con España para afrontar la reciente emergencia en Valencia, por citar dos ejemplos recientes, mientras acá los centros educativos públicos dan vergüenza y no se apoya a las madres buscadoras de sus hijos o hijas con los rescatistas ofrecidos al país ibérico; se ha controlado, militarizado e intimidado con el régimen de excepción –que de excepcional no tiene nada– y el fortalecimiento desmedido de una Fuerza Armada que no ha rendido cuentas históricas por sus abundantes y horrendoscrímenes, entre los cuales se encuentra la masacre citada.

En gran medida, de eso y más nos enteramos por el ejercicio periodístico de investigación agudo y valienteque hurga bajo al velo oficial tendido sobre el autoritario ejercicio gubernamental vigente. Así nos enteramos de la podredumbre gubernativa. Durante la posguerra, con grandes esfuerzos y riesgos, paulatinamente se consiguió “destapar” parte de lo que antes era “ultrasecreto”. Así salieron a flote “negocios” y enriquecimientos ilícitos presidenciales. Pero, parafraseando a Carlos Puebla, en eso llegó Nayib; y se acabó la información, llegó el “gobernante” y mandó a parar. No obstante, gracias a esa labor periodísticaincisiva y valiosa han salido a flote los chanchullos de la actual casta en el poder.

Dicho desempeño profesional y comprometido, audaz y arriesgado, debe continuar contribuyendo ‒según el sacerdote jesuita‒ a preparar principalmente a la población joven entre las mayorías populares para saber “actuar y juzgar”, “descubrir la noticia” y “confrontar el título llamativo” con “el contenido” de la información”; a “ser exigente con los programas” que se transmiten; a “pedir algo más que diversión”; a “reflexionar sobre el mundo ficticio de la imagen idealizada y del mundo presentado artificialmente”; a examinar los “slogans” para distinguir entre la exageración atrayente y el contenido real, en aras de“formarse una concepción personal del mundo y de los productos que se anuncian”; a “bajar a la realidad, que no es tan idealista ni tan color de rosa” como se la pretenden mostrar.

Más que nunca, esa actitud crítica es propia de una “persona que piensa, que analiza, que procede por convencimiento personal y libre, no como un autómata de la propaganda”. Por eso, además de visionario, “el cura Montes” sigue vigente al anunciar el talante necesario para evitar hoy un mal mayor. Se trata, pues, de un desafío para la población sufrida y el buen periodismo: hacer política ciudadana fomentando la protesta social legítima, tanto en las calles como en los medios tradicionales y modernos, para encarar los nocivos adoctrinamientos y enganchamientos oficialistas.