Ha llegado el instante del verdadero culto. No desfallezcamos, ante la negación total del mensaje de Pascua. Renovémonos cada amanecer. Por muy indiferentes que caminemos a diario, percibiremos una mística que está en cualquier esquina, que nos instará cuando menos a pararnos, a intentar ver más allá del paisaje de la imagen de Dios crucificado, envolviéndonos en un contexto de interrogantes, incapaces de quedar impasibles entre la luz y las tinieblas, la vida y la muerte en suma. Por eso, nunca dejemos de querernos de verdad, sería lo último. Además, si tu ente se cansa de soñar, para qué sirve entonces.

Naturalmente, todo se centra en el amar y se concentra en el amor. De la cruz del sacrificio germina el verso y la palabra, se conjugan los tonos con los timbres, las pausas con los pasos, que es lo que realmente injerta en el corazón savia. Sólo hay que escuchar la narración conmovedora de la dolorosa pasión del Señor, para sentir ese fuego reconciliador transitar por nuestras venas. Acojámonos, pues, y recojámonos. Activemos el silencio para poder ascender a la luz de la poesía, que es la que verdaderamente nos alienta el alma y nos edifica en la certeza del poema que volveremos a ser, una vez concluido el itinerario por aquí abajo. Desde luego, la capacidad de apasionamiento es la mejor grafía de salud espiritual. Lo fundamental radica en el darse y en el donarse, en el responderse para hallarse en los demás.

Por desgracia, en un mundo plagado de intereses económicos, con multitud de contiendas absurdas que ponen en peligro la vida de las personas, con una incitación al odio en internet como jamás, nos vendrá bien detenernos a coger diversas fuerzas; y, por ende, nuevo entusiasmo para oírnos en sociedad, y que pueda nacer un mundo más fraterno. Aletargarse no es lo normal, tenemos que despertar, trazar otro rumbo vivificado en la unidad por el don creativo de la inspiración. Precisamente, la muerte de Cristo nos recuerda la acumulación de males que ensangrientan la tierra, lo que nos requiere la valentía de llevar cada uno nuestra cruz con obediencia y confianza.

En cualquier caso, tampoco podemos continuar con el derroche, con el señor dinero por montera. Las naciones tienen que activar los programas sociales para hacer un hogar colectivo y buscar el reencuentro entre corazones diversos; lo que nos requiere a todos, a poner el amor de amar amor sin límites, como auténtico vocablo exigente de continuidad del linaje. De ahí, lo importante que son las reparaciones tanto materiales como espirituales.

El momento debe ayudarnos a eliminar los obstáculos que nos separan y a trabajar unidos en el hacer, más que en el mero hablar, mayormente con esos cuarenta y seis países que fueron recientemente catalogados por la ONU como menos adelantados, ubicados en África, Asia, el Caribe y el Pacífico. Sin embargo, a pesar de las dificultades debemos siempre recomenzar, nunca será tarde para ello, si en verdad queremos construir para toda la humanidad un porvenir de auténtico sosiego, justicia y solidaridad.

Algo tan esencial como la falta de fondos, en ocasiones, dificulta la respuesta a esa población necesitada y desfavorecida por los sistemas. ¿De dónde viene tanta injusticia? Indudablemente, el germen tiene su origen en nuestros interiores. Somos incapaces de entrar en comunión con el prójimo; y, así, no lo podemos sentir próximo a nosotros tampoco. Ojalá este tiempo penitencial para unos y de descanso para otros, nos sirva para ser más responsables. Al fin y al cabo, de lleno nos merecemos mejores hazañas.

Está visto que con el derecho y el deber a la labor diaria, o con el cultivo del arte o del deporte, nos crecemos y nos recreamos, al tiempo que avivamos la pasión en torno a una causa colectiva; lo mismo sucede con el espíritu, siempre es saludable digerir aquello que nos armoniza. Sin duda, estamos para generar belleza, no destrucción, y cuando el ánimo está abatido, es menester vigorizarlo tejiendo otros vuelos y probando otros aromas, a través de abecedarios que consoliden el respeto mutuo y dentro de un espíritu de sinceridad. Justamente ahora, en esta santa semana, acercando la existencia terrenal a la divina, es como percibiremos las energías necesarias del triduo pascual. Tendremos, por tanto, la posibilidad de enmendarnos y de retomar a un nuevo inicio; con la alegría del Resucitado, nuestro Salvador.