“Nosotros vamos a tener un plan económico post crisis, en donde sorprendamos no solo a nuestro pueblo, sino también al mundo entero» dijo el presidente Bukele. Mentira. De acuerdo con la información oficial, el gobierno ni siquiera tiene un plan.

Las mentiras se han convertido en el ingrediente especial de todo el quehacer gubernamental. Y por supuesto el ámbito económico no es la excepción. La mentira más grande quizá esté relacionada con el Bitcóin. Prometieron que atraería millones de inversión y traería consigo innovación económica, inclusión financiera, y la construcción de infraestructura satelital para que los salvadoreños en zonas rurales se conectaran a internet, mejorando la vida de millones de personas. Mentiras.

En la política de El Salvador, la verdad se ha ahogado en un mar de mentiras. La capacidad de algunos funcionarios para emitir declaraciones falsas sin el menor rubor es una “normalidad” alarmante y preocupante. La mentira se ha convertido en una insignia del discurso público.

Un ejemplo reciente de esta tendencia alarmante es el comunicado emitido por el Ministerio de Hacienda en el que se afirmaba que la reestructuración de la deuda de corto plazo tendría «un impacto positivo en las finanzas públicas, permitiendo disminuir la deuda pública del país». Sin embargo, esta afirmación es vilmente falsa. Al extender el plazo de la deuda y aceptar tasas de interés más altas, el servicio de la deuda en realidad aumentará. Esto no es solo una distorsión de la verdad, sino una manipulación flagrante de los hechos para presentar una imagen positiva que no se ajusta a la realidad financiera del país. De más esta decir que esta reestructuración no se da por las acciones maravillosas del gobierno sino por todo lo contrario, espacialmente por la incapacidad de lograr financiamiento externo, ahora cada vez le ponen más riesgos a la banca privada, como ha indicado Moody´s, o poniéndolo más francamente metiéndole más riesgo a la población que ahorra en esos bancos.

Pero esta no es la única mentira que ha emanado de los pasillos del poder en El Salvador. Una diputada oficialista afirmó que «en menos de dos años nuestro Gobierno ha logrado atraer más inversión que lo logrado durante toda la vigencia del tratado de libre comercio (con Estados Unidos)». Sin embargo, los datos de inversión extranjera directa muestran que, en realidad, el país experimentó un saldo negativo en la atracción de inversión extranjera directa en 2022. Esta declaración no solo es falsa, sino que también demuestra una desconexión preocupante entre la retórica política y la realidad económica.

Otro ejemplo de engaño gubernamental fue la afirmación de que Google planeaba realizar gigantescas inversiones en el país debido a las condiciones favorables que se le habían otorgado. La verdad, sin embargo, es muy diferente. La Asamblea Legislativa aprobó una ley ad hoc que compromete al Estado salvadoreño a contratar servicios de Google por un valor mínimo de USD 500 millones. Esta no es una inversión de Google en El Salvador, sino un compromiso del gobierno salvadoreño de gastar una gran cantidad de dinero en servicios de una empresa extranjera. Nuevamente, la mentira se utiliza para presentar una narrativa falsa y positiva sobre las acciones del gobierno.

La triste realidad es que, en El Salvador, la mentira en política parece no tener costo para quienes la emiten. Esta falta de consecuencias por la falta de veracidad en el discurso político es un síntoma preocupante de la debilidad de las instituciones democráticas y del deterioro de la confianza en el gobierno. Cuando los líderes electos pueden mentir sin enfrentar consecuencias, se socava la base misma de la democracia.

La mentira no solo afecta la percepción pública, sino que también tiene consecuencias tangibles en la toma de decisiones y en la vida de las personas. Las políticas y los compromisos basados en información falsa o engañosa llevan al país por un camino erróneo y terminan perjudicando a la población, especialmente a los grupos más vulnerables.

Eso sí, por más mentiras que se digan, éstas no resolverán los problemas reales de la gente: más pobreza, más hambre y un mayor deterioro de sus condiciones económicas.