Yo he tenido cierto acercamiento a los libertarios, aunque sea solo de forma académica, o sea, no he pertenecido a grupos de libertarios, pero algo he logrado captar de su ideología y de su plan programático. Mi conclusión (aun siendo yo de derecha, pro capitalista y libre mercado), es que están algo chiflados. El Estado que proponen simplemente es la destrucción del mismo.

Me metí en varios grupos de internet y la verdad resultaban tan intolerantes, fanáticos e insoportables como la peor extrema izquierda, o cualquier otra extrema. Cuando escucho la “gritolera” del candidato presidencial argentino, Javier Milei no me parece, ni de lejos, a un gran líder estadista que ilumina el camino de las masas, me parece escuchar a un payaso que encontró su nicho, su trinchera, allí se siente cómodo porque las focas del otro color le aplauden y no se sale del: “Viva la libertad, carajo”. ¿De qué libertad habla? En verdad. ¿De qué libertad hace tanto escándalo?

No es ese tipo de líderes los que queremos. Venimos huyendo precisamente de comunistas que insultaban a la empresa privada o de militares que menospreciaban las luchas populares, pero ninguno con razones. O sea, por favor, sean de verde olivo o de boinas rojas o de traje traslapado, todas esas formas de hacer política son espantosas.

Pero bien, hablando de los libertarios y de esas libertades con las que Milei se llena el gaznate gritando, ¿a qué libertades se refiere? Porque, que yo sepa, Argentina no ha sufrido durante el detestable kirchnerismo la coacción de las libertades que sí se han dado en Nicaragua, Venezuela y Cuba. ¿A qué libertades se refiere? Por lo que yo sé en Argentina se podía deambular libremente, salir del país e ir a residir a otra nación si se quería, abrir negocios a su antojo en el rubro que fuera, escoger la profesión que le viniera en gana, deambular por las calles, hablar en público, criticar al gobierno, en fin, todas esas libertades básicas y obvias.

Cuando Javier Milei repite hasta el cansancio “Viva la libertad, carajo”, ¿a qué libertades reprimidas se refiere? Nada, ninguna de las mencionadas, y hoy sí les explico. De tanto escuchar esto del libertarismo que yo pensé que era una moda de derecha, pues la verdad que en 40 años de andar atento a las cosas políticas del mundo, nunca lo había escuchado, y eso que en la Universidad José Matías Delgado tuvimos una clase de Economía de Mercado en el cual nos metieron la Escuela de Austria hasta por las narices, pero nunca recuerdo que se constituyera una corriente del pensamiento de economía política llamada “libertarios”.

Reciente los últimos 5 años me puse a leer por aquí y por allá y me quedé asustado. Los libertarios son el anarquismo de las grandes empresas, de los empresarios más rancios y anticuados que no quieren que el Estados los supervise, no quieren impuestos, no quieren que el Estado decida en qué obras de infraestructura hay que invertir, sino que tienen que ser ellos. Los libertarios detestan toda intromisión del Estado supervisando sus cuentas, supervisando sus gastos, que se entrometan en sus finanzas, y mucho menos en sus propiedades porque eso es un atentado monstruoso contra el divino (lean bien, divino) derecho de propiedad y disponer de ellas como mejor les parezcan. Los libertarios están así a un tantito de regresar al esclavismo sureño de antes de la Guerra de Secesión.

Trump no es libertario, de hecho su cerebro es tan corto que no tiene ideología alguna, pero VOX en España sí sofisticaron el discurso, se aprendieron la lección y esos sí dan miedo, menos mal que el votante español les dio un par de nalgadas y los disminuyó. Pero Argentina me preocupa. Tiene una vocación romántica al caos, al suicidio político, al harakiri económico. Encontró placer en vivir en la constante amargura de un romance tortuoso con la economía y la realidad.

Si Venezuela fue, con la llegada de Hugo Chávez, un desastre para Latinoamérica, en el caso de llegar a ganar Javier Milei, sería, en el otro extremo, lo peor para esta subregión. Aplaudir el discurso de semejante desquiciado y apoyarlo no es muestra sino de que no solo somos inmaduros en política, sino que ya alcanzamos un grado de locura incurable. Sin duda alguna, desesperados por la corrupción e incompetencia de los partidos tradicionales, somos capaces de votar por cualquier descerebrado.