En 1938, la Constitución que regía los destinos de El Salvador era la de 1886; es decir, la aprobada más de medio siglo atrás. En su artículo 148 se establecía el mecanismo para reformarla, señalando que ello podría concretarse solamente con “los dos tercios de votos”de quienes integraban la Asamblea Nacional; además, el artículo o los artículos a reformar debían precisarse. La resolución tenía que ser publicada “en el periódico oficial” y considerarse nuevamente durante la siguiente legislatura; de ratificarla esta, había que convocar una Asamblea Constituyente “para que, si lo tuviere a bien”, fueran decretadas dichas modificaciones. Eran, pues, tres los cerrojos. Lo traigo cuenta por lo que acaba de iniciar acá y, no tengo la menor duda, continuará: la changoneta montada por el oficialismo para manosear nuestro actual ordenamiento constitucional.

Que necesita cambios, nadie debería negarlo. Claro que sí. Pero lo que comenzó el recién pasado lunes 29 de abril no tiene nada que ver con un proceso serio, ordenado y participativo, diseñado y ejecutado en función del bien común. Se asemeja más a lo que pasó hace casi noventa años, cuando el general brigadier Maximiliano Hernández Martínez –el déspota salvadoreño..., pero el del pasado siglo– movió los hilos de los cuales colgaban sus títeres para meterle mano a la carta magna de entonces y lograr su perverso propósito de continuar en el poder, pese a que esta lo prohibía.

Pero hubo un par de personajes que deberían tener un lugar privilegiado en nuestros libros de historia, como ejemplos de decencia y valentía al enfrentar al tirano y no prestarse para ser parte de su sucio complot inconstitucional: Cipriano Castro y Hermógenes Alvarado. Según consigna Roberto Turcios en su obra muy bien titulada “Dictadura de ley”, el primero era colaborador y partidario de Hernández Martínez; no obstante, se opuso a su ambición dictatorial y se lo hizo saber mediante una carta de la cual no recibió respuesta; por ello, decidió denunciar públicamente la atrevida pretensión del sátrapa etnocida. ¡Qué hue...!

Alvarado sí era funcionario del régimen; se desempeñaba como subsecretario de Gobernación, Trabajo, Beneficencia y Sanidad. En su carta de renuncia dirigida al dictador con fecha 26 de septiembre de 1938, Alvarado argumentó que ciertas “actuaciones recientes” de la legislatura indicaban “sin lugar a duda” que él seguía de necio –obviamente no ocupó estas palabras– queriendo ejecutar el “plan político” que le había pedido “estudiar”. Apelando a sus convicciones, Alvarado le restregó en la cara que el “procedimiento” al cual se estaba recurriendo no era “adaptable” a las normas legales vigentes. Por tanto, continuó, decidió no “contribuir a su desarrollo”. Se fue, entonces, con la frente en alto y destilandodignidad hasta por los poros.

Qué diferencia con el patético espectáculo brindado, este recién pasado lunes 29 de abril, por la mayoría de una legislatura saliente muy acorde con su demostrada falta de independencia junto al comprobado servilismo desbordado hacia su líder milénico, sin ningún asomo de vergüenza. Me refiero, obviamente, a la bancada de Nuevas Ideas y sus colegas aliados. ¿Cómo empezaron su “temporada” hace tres años y cómo la terminaron? ¡Violando nuestra ley fundamental!

El primer día de mayo del 2021 le dieron un golpe artero a la institucionalidad, destituyendo ilegal y arbitrariamente a la Sala de lo Constitucional en pleno y al fiscal general de la república; así comenzaron. Y dos días antes de que finalizaran su período, echaron a andar el proceso para reformar el artículo 248 de nuestra norma suprema para hacer lo que quieran con esta, después de que ratifiquen esa canallada dentro de la legislatura que acaba de arrancar sin desmarcarse del desempeño de la anterior; es decir, aprobando sin siquiera leer y menos discutir todo lo que les manden de Casa Presidencial.

A cada diputado y diputada del oficialismo así como a sus compinches parlamentarios, me encantaría encararlos individualmente y no en manada como acostumbran para decirles: “Mirá vos, apantalláme cumpliendo tu mandato constitucional”. Este es y será –si no lo cambian– el de “representar al pueblo entero” sin estar “ligados por ningún mandato imperativo”. Por eso les aconsejo que estudien la historia y aprendan del valor y la integridad de Hermógenes Alvarado y Cipriano Castro; también revisen cómo cayó Hernández Martínez, el anterior opresor, y por qué estalló la guerra. Además, también les advierto: este pueblo mantiene la sana costumbre de rebelarse contra la tiranía, sea mediante una “huelga de brazos caídos” como hace ocho décadas o con las armas en la mano.