Netflix tiene una serie llamada “Dinero sucio” (Dirty Money). Son documentales de una hora de distintos actos de corrupción de empresarios y gobiernos en varias partes del mundo. Es escalofriante el nivel de avaricia y lo sofisticado que se ha vuelto la comisión de los delitos de fraude y estafa.

Me llamó la atención un capítulo sobre el exprimer ministro de Malasia, Najib Razak. Este señor, un gobernante musulmán, arbitrario, autoritario, un dictadores. Razak constituyó a su antojo una empresa supuestamente estatal, pero lo único que tenía de ello es que el dinero que se drenó a cuentas privadas era del pueblo malasio. Una empresa nacional que supuestamente invertiría en negocios a nivel internacional con el fin de regresar mucho dinero a las arcas del Estado, y crear abundancia para todo el país. ¿No les suena la misma propaganda a favor del Bitcoin?

Razak fundó la empresa 1 Malasia Development Berhad (1MDB) como el dictador característico de aquellas latitudes, o sea, de forma arbitraria y autoritaria, con el objetivo de invertir dinero de los contribuyente malasios en el mundo, en diferentes carteras, tales como bienes raíces, bolsa de valores, criptomonedas, etcétera. Para eso trató con diferentes empresas que se encargarían de esas inversiones en la India, Arabia Saudita, Estados Unidos, etc., todo con gran fanfarria en los medios oficiales de su régimen.

Con el tiempo empezó a notarse que, a pesar que el dinero salía a borbollones de la hacienda pública, los resultados no se recibían en retorno. Lo que si era evidente era la vida de lujos desorbitantes, hasta ridículos, que el dictador y su esposa, Rosmah Mansor (que no son pocos que la señalaban como el verdadero poder detrás del trono), realizaban en sus constantes viajes al extranjero. Cuando empezaron los reclamos de la sociedad, no solo por la desviación de fondos sino también por otras cuestiones de índole política, sobre la administración y el rumbo del país, comenzó el discurso ofensivo, la cháchara deslegitimadora hacia la oposición y la persecución política, con encarcelamientos arbitrarios incluidos.

Ordenó cambios en las reglas electorales para no perder el poder, modificando el número de diputados por cada circunscripción electoral, de tal forma que en los lugares que tenía más adeptos, hubiesen más escaños en disputa y, por el contrario, donde tenía más contreras, redujo el número de diputados, un término que investigando en internet es conocido como ‘gerrymandering’, término estadounidense acuñado por un periodista cuyo nombre se pierde en las nieblas del tiempo, en relación al gobernador de Massachusetts, Elbridge Gerry, quien hizo una jugada similar allá por 1812.

Empezó a perseguir a sus opositores –políticos, periodistas, defensores de Derechos Humanos- acusándolos de traición, sedición, e incluso a un periodista lo encarceló acusándolo de homosexual.

Pero el pueblo se unió alrededor de la que se llamó Declaración de los Ciudadanos de Malasia, y a pesar de todos los chanchuyos electorales, lograron derrotarlo y cambiar, democráticamente, por primera vez en la historia del país, de forma pacífica a un primer ministro.

Estando ya fuera del poder el dictador, con los documentos a la mano, el nuevo gobierno pudo hacer público que Najib Kazar, de los miles de millones de dólares despilfarrados en la farsa de inversión, se había embolsado la bicoca de 700 millones de dólares que habían ido a parar, con todo el descaro posible, a sus cuentas personales.

La deuda en que incurrió 1MDB, o sea, la grieta que abrió en las finanzas públicas malasias, fue de 11 millardos de dólares en seis años de operaciones.
Una total mentira, ni siquiera un fracaso, sino un robo descarado que fue detenido (y conocido en toda su magnitud) gracias a la unión de los malasios y a que, muy a pesar del dictador, la democracia logro sobrevivir.

Esto no pasará nunca en Nicaragua mientras viva el dictador y su señora. En Honduras sí se pudo realizar, gracias a la unión del pueblo para sacar al ahora extraditado Juan Orlando Hernández y a que la democracia fue defendida. Ojalá se entienda y se actúe.