La neurociencia es una disciplina científica que estudia el sistema nervioso, entre los aspectos como su estructura, función y desarrollo, para dar paso a las bases biológicas de la cognición y la conducta. En este sentido y como un área específica se encuentra la neuroteología. Y es que el tema de fe o religiosidad es de gran interés para los investigadores en dicha disciplina, porque se trata de dar significado a una interrogante que dista de ser una conducta más de respuesta o condicionante.
Comprensible es tratar de entender como en el marco de cualquier religión, se pueden unificar o al menos apreciar visiblemente manifestaciones de adoración y alabanza en multitud o el porqué de creer en algo que no se puede ver ni tocar. Tratar de saber adónde radica esa determinación tan personal, tomando en cuenta los factores familiares, sociales o culturales, que rodean a cada individuo.
Pienso que siendo una disciplina científica, su objetivo podría, entre otros, encontrar en cualquier lóbulo del cerebro la razón del creer o no y por qué en Dios o en una fuerza divina.
En mi opinión, no se encontrará, al menos no de forma física. Y no solo es porque me decante en cierta manera, en la parte intangible de este plano existencial; pero creo que la fe y la vida vienen entrelazadas desde antes de materializarse en cada ser humano. Por lo que en nuestra fragilidad biológicamente humana, no es posible encontrar todas las respuesta a lo que siempre ha sido, será y seguirá siendo el misterio mismo no revelado; así creamos que al morir trascenderemos a otro plano o que simplemente la luz se apagará y todo habrá sido un sueño.
Si casi todo pudiéramos explicar con razonamiento, por medio de un método o manual, todos estaríamos encasillados en respuestas ya esperadas, existirían sentimientos a la medida y con límite de expresión y sentir, no nos desbordaríamos ni veríamos el nacimiento de nuevos soles en nuestro interior. En situaciones cruciales en la vida, no podemos explicar con efectos bioquímicos y neurales, que si bien se activan en estructuras cerebrales, los impulsos de seguir adelante, de confiar, pues antes hubo una chispa, pero que tal chispa o energía era impredecible ver en su aparición, menos aún, de donde surgió.
Solamente podemos sentir esa decisión hacia la vida en nosotros u observarla en otros.
El misterio de lo etéreo en un mundo áspero, que a diario nos desensibiliza y lástima profundo, pero que irónicamente nos deja una grieta donde vuelve a entrar la cálida luz. Una luz que es la señal de esperanza, que nos cobija y alienta a continuar, porque no lo comprendemos ni sabemos explicar todo, pero la certeza que debemos confiar existe. Eso es fe.