Una persona que carece de carácter para mantener su palabra o cede ante cualquier oferta deshonesta, significa que no tiene convicción en sus principios, y se convierte en una marioneta de doble de ánimo que claudica con facilidad ante la avaricia o las atracciones de este mundo. Tal situación es lo que advirtió el Señor Jesucristo, cuando dijo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). No hay ni una sola persona que no pase un momento de angustia o necesidad, pero no por ello se debe quebrantar los principios.

Una de las personas que más admiro por su fuerte convicción en los principios cristianos a pesar de la persecución, es al mártir Policarpo Obispo de Esmirna (69 al 155 d.C), discípulo de Juan el Apóstol, desde muy joven fue un cristiano genuino y vivió al final de la era apostólica, es decir que en ese tiempo declarar que Jesús es el Señor, implicaba la persecución y muerte, dado que para los romanos solo había un Señor y este era el “Cesar” en ese contexto la iglesia cristiana estaba haciendo la transición a la segunda generación de creyentes, los cuales debían mantener la convicción a pesar de la opresión romana.

De manera que la predicación de Policarpo y su fuerte convicción cristiana, no era amigable a Roma, es por ello que las autoridades ordenaron su arresto. Cualquier persona al verse perseguido y acorralado, podría claudicar a sus principios y renegar de ellos, sin embargo, Policarpo decidido mantener su convicción cristiana y no se opuso cuando llegaron los soldados romanos a detenerlo. Al contrario, bajó con calma las escaleras para recibir cordialmente a sus perseguidores y los saludó tan amablemente, que ellos dijeron con pena: ¿Por qué hicimos tanto alboroto para aprehender a este anciano tan manso?

Inmediatamente Policarpo mandó que los de la casa preparasen alimentos para sus opresores, y les rogó a estos que comiesen bien, implorándoles también que le otorgasen una hora de soledad, para orar al Señor Jesucristo mientras ellos comieran. Esto le fue concedido. En esa oración, revisó su vida entera y luego encomendó la congregación en las manos de Dios y su Salvador. Al terminar la oración, le montaron en un asno y le llevaron a la ciudad, ahí lo esperaba la autoridad Romana Nicetes y su hijo Herodes, llamado el príncipe de paz, quienes no tenían temor a Dios.
Al ver a Policarpo, trataron de persuadirle para que negara la fe en el Señor Jesucristo, diciendo: Que te cuesta solamente decir “Señor emperador” y ofrecer holocausto o incienso ante él, para salvarte la vida. Pero Policarpo no les contestaba nada, sin embargo, Nicetes, continuaba insistiendo, hasta que Policarpo rompió el silencio y les dijo: Nunca voy a cumplir lo que me piden y aconsejan ustedes. Cuando vieron la firmeza de su fe, empezaron a golpearle y lo arrojaron del carro. Al caer, el anciano se lastimó gravemente una pierna, pero, levantándose, él mismo se entregó otra vez en las manos de los alguaciles.

Luego de entrar el anfiteatro, dónde le iban a ejecutar, una voz del cielo le habló a Policarpo, diciendo: ¡Fortalécete, Oh Policarpo! Sé firme en tú confesión y en el sufrimiento que te espera. Nadie sabía de dónde provenía la voz, pero muchos creyentes la escucharon, este acontecimiento animó en gran manera a Policarpo. El gobernador aconsejó a Policarpo que tuviese piedad de sí mismo y que negase su fe en Señor Jesucristo de una vez por medio de un juramento en el nombre del emperador. Policarpo le contestó: He servido a mi Señor Jesucristo durante 86 años y nunca me ha causado daño alguno. ¡No lo negare!

Tengo listas las fieras y te echaré entre ellas dijo el gobernador a Policarpo, a menos que cambies de pensar. Pero él se mantenía firme en la fe, y dijo Policarpo: que vengan las fieras, porque no cambiaré mi amor por el Señor Jesucristo, no es razonable cambiarnos del bien al mal por razón de las persecuciones; mejor sería que los hacedores de maldad se convirtiesen del mal al bien. El gobernador respondió: Está bien, si no quieres negar tu fe y a las fieras no les tienes miedo, te vamos a quemar.

Una vez más Policarpo les contestó, diciendo, no le temo al fuego sino únicamente a Dios, de modo que los romanos terminaron quemando a Policarpo en la hoguera, pero este hombre nunca negó su fe, por razones de persecución.