La pandemia del COVID-19 nos pone un reto grande como ciudadanos: ser solidarios y demostrarlo con nuestro comportamiento todos los días y en todos los espacios para que estemos sanos y seguros.

La única forma de regresar a nuestras actividades y disminuir los riesgos de contagio es con el seguimiento de las medidas de protección. El uso de mascarilla, el distanciamiento físico, el lavado frecuente de manos y el aislamiento voluntario son comportamientos que pueden ayudarnos a salvar vidas y a demostrar cuanto no importa el bienestar colectivo.

Hoy más que nunca, nuestras acciones pueden tener consecuencias a gran escala. Esto es aún más cierto en el proceso de reactivación económica gradual que sucede en el entorno urbano. En el área metropolitana de San Salvador, con sus 1.8 millones de habitantes, las actividades económicas están ligadas al desplazamiento constante, a espacios cerrados de oficina y/o a la continua interacción con el público u otros miembros del equipo de trabajo. Lo que definitivamente no puede suceder es que bajemos la guardia y relajemos las medidas de protección. Pero, para que todos los salvadoreños podamos implementar estas medidas, se hace necesario hacer un esfuerzo colectivo. Se necesita crear una nueva cultura ciudadana, de la que todos podamos estar plenamente convencidos y que, por tanto, facilite su aplicación, haciendo uso de nuestra libertad y apelando a un sentido de autoregulación.

En este sentido, desde la Fundación Parque Cuscatlán (FUNDAPARC) creemos que ningún aula es tan efectiva como el espacio público. La forma en la que nos conducimos en parques, plazas, calles y aceras es lo que influye para que otros imiten estos mismos comportamientos. Ver la aplicación de los gestos barrera como el uso de mascarilla, el distanciamiento y el lavado de manos en la calle, mientras vamos al trabajo, a hacer mandados o regresamos al hogar es la forma más efectiva de construir nuevas normas de convivencia que nos permitan sobrevivir la pandemia del COVID-19. Es ahora, cuando las escuelas están cerradas, cuando el espacio público debe convertirse en el escenario pedagógico por excelencia que le permite al ciudadano aprender y saber usar la ciudad a su favor.

Se trata de aprender viendo, imitando, haciendo, pero también difundiendo el cambio positivo. Reconocer el esfuerzo de los ciudadanos que implementan las medidas de protección y divulgar los buenos ejemplos pueden ser los mecanismos más efectivos para promover este cambio de cultura, sin tener que recurrir a sanciones, ni a una vigilancia constante y, por demás, impráctica. Este nuevo conjunto de comportamientos no implica, en ningún momento, que olvidemos otras normas que aplican al espacio público. A la vez, botar los desechos donde corresponde, cuidar de los equipamientos urbanos como parte de nuestro patrimonio común sigue siendo parte esencial de nuestra forma de conducirnos como ciudadanos.

En ese sentido, el papel de los líderes es trascendental para ejemplificar y enseñar las medidas de protección. Al hablar de liderazgo, nos referimos al sentido amplio de la palabra, incluyendo a los padres y madres, los líderes comunitarios, los locutores de radio, los presentadores de la televisión, los periodistas, los vigilantes que reciben a los usuarios de supermercado. Pero, sobre todo, nos referimos a nuestros líderes políticos, desde alcaldes, diputados, ministros, como representación simbólica del compromiso de todos. Todos podemos tener un rol trascendental en la construcción de la nueva normalidad y de la nueva cultura, predicando con el ejemplo.