Desde que se lanzó como candidato la primera vez por Nuevo Cuscatlán, el señor Nayib Bukele tenía algo que no me terminaba de convencer. Doce años después estoy convencido que tenía razón, no me equivoqué y eso que yo suelo equivocarme muy seguido, pero es que si en algo ha sido transparente el Presidente, es en ser un demagogo. No había cómo equivocarse.

Sin duda él no sabe más que de manejo de imagen, porque un discurso intelectual, culto, erudito no lo domina para nada, pero es práctico, como cuzuco a la carrera: sabe en que hoy meterse, y ya nada se puede hacer.

Cambió la división territorial de los municipios, para luego cambiar las circunscripciones electorales, no porque fuera malo, sino porque le convenía. Entre toda la destrucción que ha ido dejando a su paso el sistema electoral fue lo último y le resultó de maravilla. Más pragmatismo, imposible.

Su gane absoluto ni siquiera es para aplaudirlo, sino para temer lo peor. Ya no podrá haber representatividad de las diferentes corrientes del pensamiento político en la Asamblea Legislativa, no nos queda más que las redes sociales (menos mal, ¡viva la tecnología!) y, por lo tanto, entramos en una época de esas que desarrollan las novelas distópicas sobre regímenes absolutistas: el gran hermano, el ojo que todo lo ve, la mano que mueve el mundo, etc., y todo eso sin haber percutido una tan sola bala.

La pregunta que todos nos hacemos es si ese poder lo utilizará para enriquecerse él, su círculo cercano y sus adláteres, o para que el país despegue hacia la estratósfera de países de primer mundo. No lo sabemos, solo el tiempo lo dirá. Por el momento todo es temor y especulación.

No obstante, dentro de todas las desilusiones que nos han dejado estos 12 años (desde su campaña como alcalde del pequeño municipio); 12 años de empalagosa, fraudulenta y delincuencial demagogia, no deja uno de ver algunas cosas que resultan realmente satisfactorias, ¡y mucho!

Una de ellas es que nos liberamos de partidos mumujas surgidos de la nada, aprovechando el sistema, para despilfarrar el apoyo que da el Estado a los partidos nacientes. Las mal llamadas organizaciones políticas que no eran sino el capricho de algún seudo líder desocupado, que tenía tiempo y dinero para recoger firmas y llegar a tener una diputación en la cual, levantando la mano derecha y poniendo la mano izquierda debajo de la mesa, fueron totalmente decepcionantes. Partidillos liliputienses que solo servían para dar la imagen al mundo que algunos decretos cuestionados eran aprobados por “una diversidad de corrientes del pensamiento político del país”. ¡Pamplinas! Para mí es una alegría sacudir el árbol para botar esos frutos perniciosos, aunque, con las reformas, el país se fue al extremo, pero algo es algo.

Lo otro, que ya había sido una alegría en el 2021, se ha incrementado al ver nuevamente a ARENA y al FMLN humillados. Aún más.

ARENA fue un club formado por gente con mucho poder económico, en respuesta al avance de las ideas de izquierda, para contener en el plano político la ideología de los zurdos, lo cual era bueno, plausible, y ya veremos por qué, pero en el desarrollo de sus cuatro gobiernos seguidos, como lo dijo Ernesto Muyshondt, en una entrevista después de alguna de las últimas 4 derrotas electorales que han sufrido: “No olvidamos de los pobres”. Y pensar que la campaña del primer presidente del partido tricolor fue: “Primero los pobres”. El tan cacareado desarrollo económico que profetizaban nunca sucedió y en sus propias narices creció el fenómeno de las pandillas.

En lo que respecta al FMLN la satisfacción es total, y me atrevería a afirmar que lo es para toda Latinoamérica: la clara evidencia que la izquierda fue un grupo de bélicos asesinos terroristas arrogantes, financiados por la URSS desde los 60 y 70, sin tener en verdad una ideología; resentidos sociales que querían llevar la vida de lujos de aquellos ricos que tanto criticaban. Un fracaso total, absoluto, el experimento socio político más fraudulento de la historia.

El corolario es sencillo: dos partidos que fueron grandes, enormes y que ahora solo son un miserable par de cascarones debido al resultado de sus enormes fracasos. Ahora bien, el problema es que ya de por sí Nayib Bukele es sordo, no escucha, sino solo aquello que le da material para pelear, nada más. Y ahora, con tanto poder en su mano, será sordo y también ciego.