Llegar a anciano es un tremendo privilegio, desde luego si se llega con las facultades físicas y mentales suficientes para ser autónomo y para disfrutar de la experiencia que da el paso de los años. Es un privilegio si se llega rodeado de familiares y lleno de salud y vitalidad.

En El Salvador desde el 10 de enero de 1992 la Asamblea Legislativa declaró oficialmente a enero como el mes del adulto mayor, como un reconocimiento a las personas que han llegado a esa etapa de su vida. La finalidad lírica, tal como quedó plasmada en el decreto, era para proteger a estas personas en reconocimiento a la noble labor que en sus vidas realizaron.

La intencionalidad del decreto se quedó en pura retórica. Desde entonces hasta ahora es poco lo que desde el Estado se ha efectuado para ayudar a estas personas, especialmente las que viven en pobreza o han tenido la mala suerte de llegar solos o enfermos al final de sus vidas. El año pasado se aprobó la Ley de Atención Integral para Protección de la Persona Adulta Mayor, pero igual, poco es lo que se hace para garantizar una vida digna a quienes han tenido la suerte de llegar a “viejos”.

Siempre hay personas o instituciones altruistas de nobles sentimientos que hacen sus mejores esfuerzos. Una de ellas es la Fundación Salvadoreña de las Personas de la Tercera Edad (FUSATES) y otras, cuya finalidad es mejorar la calidad de vida de las personas de la tercera edad a través de programas de salud, alimentación y otros. Obviamente pese al gran esfuerzo no es suficiente, pues no alcanza a cubrir a la mayor parte de los adultos mayores.

El Estado también hace esfuerzos, pero no son suficientes para atender a esta población de cientos de miles de salvadoreños (as). Es posible ver en las ciudades de todo el país a ancianos (as) con dificultades para movilizarse y trabajando de sol a sol para poder ganarse el sustento de cada día. Adultos mayores que tienen que hacer largas colas para pasar consultas médicas, ancianos que los fueron a dejar a los asilos y luego fueron olvidados por la sociedad y por sus mismos familiares.

A veces la familia, la sociedad y el Estado son demasiado injustos con este segmento poblacional. Habrá quien ve a estas personas como estorbo sin percatarse que tarde o temprano llegará a ser uno de ellos. A los ancianos hay que respetarlos, son un cúmulo de experiencias que los convierten en graduados de la vida.

No basta con un mes dedicado al adulto mayor o con la creación de un consejo para estas personas. Hay que hacer obras y acciones que realmente los beneficien. El Salvador, por ejemplo, no tiene un hospital geriátrico donde se les brinde consulta especializada a estas personas, tampoco hay programas amplios de recreación. A muchos les toca mendigar al final de sus vidas y se la pasan en condiciones infrahumanas.

Personalmente creo que es urgente un hospital de especialidades geriátricas distribuido en las tres zonas del país. La mayoría de los cerca de un millón de personas que conforman este segmento poblacional en el país, no tienen seguro social, mucho menos seguro de vida o de salud particular. A ello hay que agregar que algunos (los que tienen más suerte) reciben pensiones paupérrimas que apenas les alcanza para alimentarse inadecuadamente y casi nunca para comprar medicinas.

En las reformas al sistema previsional o de pensiones hay que hacer una evaluación concienzuda sobre las pensiones a los adultos mayores. Conozco casos de ancianos que reciben menos de 50 dólares al mes y con ello deben alimentarse, comprar medicina y a veces pagar recibos y otros.

Hay que crear una especie de instituto cuya función sea garantizar la recreación de los ancianos. Antes de la pandemia vi como más de 100 ancianos de una nación europea recalaban en el Puerto de Acajutla como parte de las actividades recreativas para los adultos mayores en su país. Andaban conociendo el mundo en un viaje pagado por su Estado. Por nuestras condiciones quizá eso no sea posible, pero en El Salvador hay suficientes lugares hermosos para recrear a nuestras personas de la tercera edad.

Más que lirismo necesitamos acciones concretas. Debemos cuidar a nuestros adultos mayores ofreciéndoles mejores condiciones de vida y calidad existencial al final de sus vidas. Si tenemos suerte dentro de algunos años seremos adultos mayores... El tiempo pasa demasiado rápido y a la vuelta de la esquina seremos ancianos y quizá sin alimentación adecuada, sin acceso a la salud, sin recreación. Sin techos y tal vez hasta abandonados por el Estado, la sociedad y la familia.